Decir cuál es la mejor temporada en la trayectoria de un hombre de la calidad de Alejandro Valverde siempre es complicado, pero, sin duda, este 2015 tiene muchos visos a serlo. Como cada año no tardaron en venir los triunfos. Una victoria en el Trofeo Tramuntana con exhibición incluida, un cuarto puesto final en el Tour de Dubai y un tercer lugar en el pódium definitivo del siempre asfixiante Tour de Omán. Ese fue el bagaje del mes de febrero, el botín de un corredor que por sorprendente con 35 años, vive en un constante pico de forma.
Pero si el segundo mes del año fue ya prolífero en cuanto a resultados, marzo no se quedó atrás. Un tercer puesto en la tierra de la Strade Bianche fue el preludio de una primavera inmaculada. Allí, se mostró fuerte, constante y quizás demasiado valiente, demasiado generoso. No pidió relevos y confió en que su imponente rush final le bastara para tumbar las poderosas piernas de Van Avermaet y Stybar. Pero esta vez, su rush fue menos rush. Sus dos compañeros de aventura arrancaron con soberana fuerza el repecho final en las bellas calles de Siena, y ahí Alejandro no pudo estar. No fue capaz de entrar a los brutales cambios de ritmo de ambos contendientes y deberá esperar hasta el año que viene para lograr una de esas pruebas, tan carismáticas como anheladas, para un corredor como él.
Probó fortuna en San Remo. Aquel día las circunstancias de carrera no le fueron propicias. No hubo ataques ni ritmo suficiente para evitar una llegada masiva en la que vencería todo un sprinter como John Degenkolb. De ahí marchó a Cataluña. Una carrera que ya venció en 2009 y que históricamente siempre se le había dado bien. El resultado fue abrumador. Tres victorias de etapa, a cada cual más sorprendente, y un segundo puesto final que no fue más por el rocoso marcaje al que fue sometido por Richie Porte, a la postre vencedor, y todos los hombres del Sky.
Así concluyó marzo y así empezó abril. Abril, el mes más floral, más primaveral, más valverdista. Allí siempre había conseguido sus éxitos de mayor renombre: dos Liejas, dos Flechas, triunfos en Romandía o País Vasco y en clásicas nacionales como la Klasika de Primavera. Con unas altas expectativas, Alejandro participó en la Rioja y en el GP Miguel Induráin, con sendos buenos resultados, pero sin vencer en ninguna de ellas. Y de ahí a las clásicas de las Ardenas.
La primera fue la Amstel. La única prueba primaveral que aún se le resiste, no solo a Alejandro, sino también al ciclismo español. Como cada año, su nombre resonaba entre los principales favoritos. Siempre estuvo delante y siempre atento a los ataques. El Cauberg se cernía ya sobre las cabezas del pelotón y los ataques se produjeron. Alejandro atento respondió a todos. Saltaron Gilbert, Matthews y como no, Alejandro. Su aventura tenía visos de llegar pero no lo hizo. El pelotón, tirado por los hombres del Ettix se echó encima. El sprint parecía la opción más probable y así fue. El murciano intentó estar ahí, siguió la rueda de Matthews y le sobrepasó. Su triunfo en la clásica de la cerveza podía llegar. Podía pero no. El arcoíris de Kwiato voló entre los demás candidatos y logró así la última victoria de una temporada gafada. Alejandro había sido segundo.
La Lieja y la Flecha, sin embargo, fueron sendos paseos triunfales. Un control total de las mismas, un gobierno de hierro y una calidad estratégica pocas veces vista en el murciano. En Huy midió los esfuerzos. Aguardó, esperó, puso su ritmo y nadie pudo seguirle. Así de fácil. En Ans la cosa fue algo diferente. Con Dani Moreno aventajado a falta de 700 m, tuvo que ser él mismo quien arrancara la moto para coger al madrileño. Llevó a su rueda al grupo. Aún así, tuvo tiempo para parar, respirar y lanzar un sprint sobrehumano. ¿Resultado? Tercera Flecha-Valona y tercera Lieja-Bastogne-Lieja en el palmarés de un corredor irrepetible.
Así acabó la primavera y llegó el calor estival. Una buena actuación en Dauphiné y un nuevo campeonato de España, hacían presagiar que el murciano sería, sin duda, el hombre de confianza de Nairo Quintana en el Tour. El colombiano acudía como líder sólido de la escuadra navarra y lo hacía con el objetivo de mejorar la segunda posición final que ya consiguiera en 2013. Le avalaban un Giro de Italia y ser posiblemente, el mejor escalador puro del pelotón internacional. Era el Tour de Nairo y Valverde debía colaborar a que así fuera.
El Tour no empezó bien. Pérdida de tiempo en el segundo día a causa de los abanicos, resultados mediocres en etapas, como las de Huy, que debían favorecer claramente a Alejandro, y varias ocasiones de victoria de etapa que parecían esfumarse. Así llegó la crono por equipos. Movistar brilló. Fue tercero, tras BMC y SKY. Estuvo ahí y eso le sirvió para situarse entre los mejores de cara a los Pirineos. Allí, Froome decidió dinamitar el Tour, o al menos eso pareció. En la primera llegada en alto, el británico metió casi dos minutos a Nairo y casi tres a Alejandro y al resto de favoritos. Dominio insultante.
Salvo la exhibición del británico, las otras dos etapas transcurrieron sin más incidencia que la de ver a un Alejandro Valverde esprintando en la parte final en busca de algunos segundos de bonificación. El murciano era quinto de cara a los Alpes, pero él mismo se descartaba: “mi objetivo es y seguirá siendo ayudar a Nairo, nada más”. Las etapas fueron pasando y los rivales iban cayendo. Van Garderen fruto de un virus estomacal y Contador en una desafortunada caída bajando Allos. Alejandro era ya tercero. Restaban aún dos etapas y el pódium era posible. En la Toussire, Nibali protagonizó, sin duda, la exhibición del Tour con un ataque sin precedentes en una aventura de casi 50 km en solitario. Etapa para el italiano y el tercer puesto de Alejandro a algo más de un minuto. Restaba entonces Alpe d´Huez. La idea de trabajar para Nairo seguía deambulando en la mente de Alejandro, pero evidentemente, el pódium también. En la montaña de las 21 curvas arrancó Alejandro. Lo hizo preparando el terreno para un ataque, el de Nairo, que a punto estuvo de provocar más de un llanto en el conjunto Sky; lo hizo despertando a Nibali de su sueño. El sueño era de Valverde, y el pódium también.
Tantos y tantos años anhelándolo y por fin, posiblemente el año en el que menos podía imaginarlo, Alejandro llegó al pódium de París. Ataviado con su maillot distintivo de campeón de España se le vio llorar, emocionarse y lograr lo que él no dudo en definir como “el sueño de toda una vida”.
Sin presión corrió ya el resto de la temporada. Participó en San Sebastián, esta vez sin éxito, y como no podía ser de otra manera, también estuvo en la línea de salida de la Vuelta Ciclista a España. Allí se le vio activo, valiente y sin ataduras; consciente de que no tenía piernas y de que venía a disfrutar. Venció en Vejer de la Frontera en un más que anhelado duelo con Peter Sagan, dio espectáculo en cualquier resquicio que le permitía la orografía española y luchó hasta el último día con Purito por ese maillot verde, que a pesar de la polémica, se adjudicó en buena lid el murciano. Fue séptimo en la general pero ¿y qué? Como el mismo dijo: “vine a disfrutar”.
Solo restaba ya el Mundial y Lombardía. En Richmond lo hizo todo bien. Él si, España quizás no. En un recorrido complicado, con constantes cambios de desnivel y extremadamente estrecho, quizás dejar solo al líder no fue la mejor opción. Alejandro lo intentó todo en un perfil que para nada le favorecía. Finalmente fue quinto, dejando una vez más muestras de que aunque todo le sea hostil el siempre sacará una sonrisa.
Lombardía era ya la última parada importante. Allí se jugaba el World Tour por equipos. Alejandro debía estar lo más cerca posible del mejor hombre del Kathusa. Ese hombre fue Dani Moreno y el murciano estuvo ahí. Le siguió de cerca, a pesar de los calambres, y aunque solo pudo ser cuarto, cerró con buen sabor de boca la que sin duda podría ser la mejor temporada de su vida. El bagaje de este 2015 asusta: triunfo en Mallorca, tres etapas y segundo puesto final en Catalunya, segundo en Amstel, victoria en Lieja y Flecha, tercer puesto final en el Tour de Francia, etapa y séptimo puesto en la Vuelta a España, quinto en el Mundial y cuarto en Lombardía.
Algunos lo critican y otros lo aman, pero solamente una cosa: el día que no esté lo echaremos de menos.