Todos señalaban a Martin y a Dumoulin. Todos centraban los focos en las musculadas piernas del alemán y en la incansable rabia holandesa tras la pasada Vuelta a España. Entre ellos parecía que se jugaría el arcoiris. Sus nombres, sus resultados, su duelo durante todo el año y su consagrada condición contrarrelojista eran motivo suficiente para no apartar la mirada de sus piernas. El calor parecía salir de sus bielas. La temperatura subía mientras el sudor mojaba sus rostros en el obligado calentamiento. Pero entonces, apareció el imparable frío.
Hoy se inauguraba el otoño, sinónimo de hojas caídas y bajada de temperaturas. Hoy el verano de 2015 se convertía en historia. Atrás quedaba el Tour de Froome, el doble podium de Movistar, la machada de Aru en Morcuera o la ya histórica etapa de Andorra. Caían historias, caían leyendas y cayeron favoritos. No fue su día. Ni de Martin ni de Dumoulin. El alemán no logró su cuarto mundial y el holandés no se rehízo de su fracaso en la Vuelta.
Hoy era día de sorpresas. Habían caído favoritos y habían bajado la temperatura. Bielorrusia era la culpable. Kiryenka salió así. Frío, con la mirada perdida, inexpresiva y sin presión. Sus pedaladas seguían un ritmo incesante mientras la realización centraba su atención en los «verdaderos» favoritos. Antes habían salido Coppel, Castroviejo, Dennis y Malori. Hombres de calidad, pero no «favoritos».
Con todos en competición, los tiempos en el primer parcial eran inequívocos. Martin y Dumoulin no tenían su día. Castroviejo, Coppel, Dennis, Malori y Kiryenka marcaban mejor tiempo. Difícil de creer, duro de asimilar. Compleja prueba mental para ambos. Un alemán que debía ver como una vez más parecía alejarse de ese ansiado cuarto mundial y un holandés que veía que no podría desquitarse del fracaso de Cercedilla.
Las sorpresas no parecían tener fín. Coppel, un corredor maduro y buen rodador pero para nada un contrarrelojista puro estaba volando. El francés reventaba los cronos en cada parcial y solo Malori y Kiryenka se permitían el lujo de superarle. Mientras, un inconmensurable Castroviejo calcaba los tiempos del galo. Los duelos estaban servidos. Un italiano y un bielorruso por el oro y un español y un francés por el bronce.
El primero en cruzar la meta fue Coppel. El del IAM voló. Voló más que nunca. Acoplado dio las últimas pedaladas, como si la vida le fuese en ello. Detrás llegó el vasco de Movistar. Lo hizo fatigado, quizás más que nunca, dándolo todo y con la rabia de quien sabe que se está jugando una medalla mundialista. Apretó, apretó al límite. Empujó su bici sin ni siquiera mirar el crono. Giró la cabeza al cruzar la línea y ahí su rostro cambió. Menos de tres segundos le habían separado de un sueño. Gesto de rabia, golpe al manillar y la gesta de haberse codeado con los mejores.
El francés era provisionalmente primero y Castroviejo segundo, pero aún faltaban dos obuses por llegar. Primero lo hizo Malori. El italiano abusó de desarrollo en el repecho final. Bien queriendo ir más rápido, bien intentando sacar fuerzas de donde ya no había. Cruzó la meta sin referencias. Dándolo todo sin más. Entre ambos entró Dennis y rápidamente una bala bielorrusa. Kiryenka aparecía al fondo en una última recta interminable. Los planos de televisión pasaban demasiado rápido para las esperanzas de Malori. El tiempo muy lento y la distancia muy rápido. El del Sky parecía otro. Un rostro desencajado que poco tenía que ver con el que apenas una hora antes había mostrado en la salida. Así entró Kiryenka, así ganó Kiryenka.
Después llegarían los favoritos, Dumoulin y Martin, completamente alejados de cualquier opción de medalla. Ellos habían sido los máximos candidatos, pero no los máximos protagonistas. Las sorpresas vencieron a lo previsible. El frío derrumbó las hojas más perennes. Kiryenka fue Zar, Zar del Kronos.