Blanco. Blanco amanece cada día Vejer. Con la luz de sus puras paredes saludando al profundo sol gaditano; esperando a ser marcadas, aguardando a la impronta de quien osara gobernarlas. Conversan con el adoquín, resquebrajado él ante el paso de cientos y cientos de candidatos, fracasados todos ellos. Las rampas vuelcan las ilusiones de quienes subestiman sus paredes, sus historias, su encanto. Vejer es paz, Vejer es blanco, pero también tormenta. Tormenta de emociones, de latidos incesantes sobrepuestos, de incesantes ataques y continuos desfallecimientos. Eso ha sido siempre y eso ha sido hoy en la Vuelta. Vejer es todo eso, y todo eso es de Valverde.
El guión lo marcó el murciano. Película inacabable la de hoy. 209 kilómetros y más de 5 horas sobre una bicicleta. Bajo el incesante Lorenzo gaditano. Seis jinetes buscaron desafío y lo hicieron con honor. Irizar (TFR), Engouluvent (EUC), Delagé (FDJ), Durasek (LAM), Lindemann (LNJ) y Maes (EQS) arrancaban de salida un motor condenado a apagarse antes de su meta. Marcharon rápidamente solos. Sin la visión de un pelotón relajado ante la larga jornada que tenía ante sí.
La distancia creció hasta los trece minutos. El Orica de Chaves hacía de actor secundario y limaba las diferencias mientras un calculador Alejandro se guardaba esperando su momento. Los aussies comandaban el pelotón y lo hacían al unísono. Todos alrededor de su joven baluarte sonrojado y sonriente. Su colorada figura contrastaba con la brillante sombra amarilla de los hombres del Tinkoff. Su maillot, llamativo como pocos, empezaba a vislumbrarse en una cabeza de pelotón que comenzaba a mezclar su colorido.
Transcurridos unos kilómetros, eran los hombres de un exultante Peter Sagan quienes se encargaban, ahora sí, de reducir con tenacidad el sueño de aquellos seis jinetes solitarios. Como si de imanes se trataran, las ruedas de los fugados y del gran pelotón parecían acercarse apresuradamente. La compenetración de los dos grupos era perfecta, pero las fuerzas por delante escaseaban y por detrás no podían ser más plenas.
Paso por Cadiz. Por la llave de la libertad que hoy conocemos. Por el lugar que hace más de 200 sentó las bases de la España actual. Por allí pedalean todos. Los de delante cada vez más agotados y los de detrás, cada vez más cercanos a su objetivo. El objetivo de llegar con calma a por su presa. Calma que nunca existe en estas rondas por etapas. Calma de la que despertaron Van Garderen y Talansky cuando una inoportuna caída en las calles de San Fernando les hizo sufrir más de lo esperado por reengancharse a un pelotón cada vez más envalentonado, cada vez más veloz.
El pescado estaba vendido y los seis jinetes sabían ya cual iba a ser su final. Cuatro de ellos guardaban fuerzas, mientras dos de ellos, buscaban aparecer en escena un poco más. Irizar y Engoulvent marchan solos ahora. Rodando como si fueran uno, pero un uno con poca fuerza. Por detrás el Tinkoff ya no está solo. Otros actores llegan con ganas de protagonizar la película. Katusha o Giant-Alpecin entran en cabeza de pelotón asestando así el golpe definitivo a una fuga tan larga como condenada.
La encerrona de Vejer ha llegado y solo uno tiene llave para abrirla. Salta Van der Sanden (Lotto-Soudal) y lo hace sin gas. Con ganas pero sin gas. Algo más consistente sería el intento de Pello Bilbao. El del Caja Rural, exhausto, se resistía a caer en las garras de un incansable Alberto Losada, que sobre sus espaldas soportaba el peso de todo un pelotón. Lo probaron también Samuel Sánchez y Nicolas Roche. La dupla SKY-BMC no funcionó. No hubo conexión. No se entendieron sus personajes y ahí, a falta de 500 m el guión ya estaba escrito.

Sigiloso y bien colocado, Valverde supo hacer de Vejer su particular Muro de Huy. Esperó, midió los tiempos, aguardó a la rueda de Makja (Tinkoff-Saxo) y arrancó. Lo hizo sabiendo ya el final de la película. Lo había escrito él, de su puño y letra. Su nombre figuraba junto a la etiqueta de vencedor, de protagonista principal. Sagan intentó batirle, también Purito y también Dani Moreno. Pero no. El guión hoy era propiedad de Valverde. Victoria de etapa, tres segundos en meta sobre Froome, Quintana o Chaves y diez de bonificación es el botín de un Alejandro que tiñó de azul y verde las blancas paredes de Vejer. El final fue de película y esta película es de Valverde.