Querido ciclismo;
Añoro esos tiempos en los que creía en todo. Echo en falta esa creencia en apariciones milagrosas de las que nada dudaba, ni se me ocurría. Este cambio en mi probablemente no sea culpa tuya y se deba a mi pérdida de la inocencia. Recuerdo ver el ciclismo con mi padre desde los dos años pero por lo que me ha contado vemos el Tour juntos desde que nací. ¿Cuántas hazañas épicas habremos visto juntos, papá? ¿Cuántas veces nos habremos levantado del sofá agitando los brazos creyendo que podíamos animar al corredor que iba en cabeza?
Quizás en la mirada de ese niño, emocionado viendo pedalear a ciclistas, cada uno un héroe para él, buscabas la esperanza para seguir creyendo en un deporte, cuya larga experiencia tan solo te había enseñado que cuando menos te lo esperabas te la clavaba por la espalda. A lo mejor eras de esos ilusos que creen en la honestidad de todos ellos o simplemente te daba igual, amas tanto a este deporte que preferías no depararte en los defectos que pueda tener. Al tiempo que mi decepción se hacía mayor tu me acompañabas en este duro camino para saber la verdad. Cuando salían noticias relacionadas con el tema te encogías de hombros y pese a la decepción que se notaba en tu rostro me dedicabas un «ya lo sabíamos».
Cuando yo te preguntaba por si todos nos engañaban, tu suspirabas casi asintiendo, pero nunca quisiste decírmelo directamente, sabías la decepción que supondría en mí. Esas conversaciones me recuerdan a las que teníamos cuando era pequeño, en las que un padre intentaba esconder todo lo que podía la inexistencia de los Reyes Magos pese a todas las evidencias que el hijo tenía de que eran los padres. Un día me hice grande y dejé de creer en los Reyes; hoy he dejado de creer en el ciclismo.