-¿Qué haces levantado a estas horas?- mi madre me hacía esta pregunta de buena mañana un 9 de Agosto de 2008. ¿Y qué iba a hacer? Irme al sofá y disfrutar del espectáculo que iban a propiciarnos los españoles que se encontraban disputando en esos momentos el oro olímpico en la otra punta del planeta.
4 años después, este 2012 ha vuelto a ser año olímpico. En Londres un “joven” kazajo ha relevado en el Olimpo de los deportistas a nuestro asturiano Samuel Sánchez. Y mientras estos días el ciclismo ha pasado a ser de nuevo NOTICIA en mayúsculas, debido a lo ocurrido hace ya 13 años en las filas de un corredor americano, en China se estaba disputando la última gran prueba del ciclismo profesional. Este caso Armstrong, tan viejo como cansino, ha hecho que más de uno que yo me sé, se corra de gusto (perdón por la expresión) con su propio vómito porque para todos esos medios sedientos de sangre fresca y desesperados porque llevábamos una temporada larga en que este deporte no dejaba más que imágenes que no hacían más que demostrar el excelente momento de salud por el que atraviesa el mundo de los pedales, las acusaciones de dopaje sobre uno de los grandes de este deporte no hace más que henchirles de orgullo porque con sus artículos o reportajes van a poder seguir ayudando a cavar (la tumba) y acabar con este, nuestro deporte.
Como iba diciendo, mientras nuestros grandes periodistas se hacían eco de esa grandísima noticia sobre Lance, en China había hombres como Tony Martin, Ryder Hesjedal, Igor Antón o el propio Samuel Sánchez que estaban disputando una de las vueltas por etapas con mayor proyección que hay en el calendario ciclista, el Tour de Pekín. La suma de todo esto hizo que a mi memoria vinieran esas imágenes de hace más de 4 años en las que la felicidad desbordó absolutamente todo. Que disfrute con cualquier prueba de ciclismo es un hecho. Que la victoria sea para un español es una pasada. Que ese español este compitiendo para nuestro país es un orgullo. Pero que encima esa victoria suponga un oro olímpico, es más, el primer oro olímpico para la delegación española en Beijing y el primero para la disciplina de ruta en carretera de la historia de nuestro país, es algo que no se puede describir meramente con palabras.
Mientras mi madre me lanzaba la pregunta yo ya me iba acomodando delante del televisor para disfrutar de una bonita mañana de ciclismo. La pantalla nos trasladaba que allá, muy lejos de donde me encontraba, las condiciones que tenían los ciclistas no eran las más optimas para realizar su deporte, por lo visto mucho calor y un grado de humedad terrible que hacía ahogarse a más de uno en los momentos de mayor intensidad y que a la postre se vio reflejado en multitud de abandonos. A priori, era un recorrido muy interesante, 248 kilómetros, en los que los últimos se realizarían dando 7 vueltas a un circuito de 24 kilómetros, de los cuales eran 12 de subida y otros 12 de bajada. Con ese panorama el espectáculo parecía garantizado y los grandes sprinters parecían quedar relegados a un segundo plano.
España había presentado un cartel impresionante en una temporada que iba a ser inmejorable. Alberto Contador que venía de vencer un Giro sin preparárselo y que posteriormente se llevaría la Vuelta. Carlos Sastre que no hacía ni 3 semanas que se había encumbrado en París. Oscar Freire que acababa de ser el primer español en hacerse con el maillot verde de la regularidad en la historia de la ronda gala. Alejandro Valverde que partía como el gran favorito, junto a Paolo Bettini y por el que la selección iba a trabajar a destajo. Y en quinto lugar estaba Samuel Sánchez ¿La bala de la recámara?
Todo apuntaba que entre España e Italia estaría el juego y fueron los que controlaron la carrera en todo momento, algo que entraña una dificultad supina en una prueba como esta, en la que los equipos cuentan con 5 corredores como mucho y corren sin el famoso “pinganillo”. Durante las primeras vueltas al circuito quedó patente que era un circuito duro, donde la subida se agarraba de lo lindo, y la bajada era de las pestosas, vamos, que había que dar pedales a granel. Encima la meta estaba situada en el comienzo de la subida donde los últimos 600 metros eran totalmente hacía arriba. Y todo ello adornado en un entorno impresionante a las puertas de uno de los grandes monumentos de la humanidad, la Gran Muralla China. ¿Quién sería el valiente que logrará derribar esa muralla y hacerse con la victoria final?
¡Qué emoción! Con todo este panorama llegamos a las 2 últimas vueltas. En este momento los ánimos estaban algo bajos, Oscar Freire se había bajado de la bici, dejando patente que las condiciones en las que se estaba compitiendo eran de una dureza extrema. De hecho no fue el cántabro el único de los favoritos en poner pie a tierra antes de lo esperado, ya que uno de los nombres que había sonado con mucha fuerza fue el del alemán Stefan Schumacher, y apenas aguanto 3 vueltas con los mejores, o nuestro propio Alberto no fue capaz a terminar la prueba. Pero como digo llegó la penúltima vuelta y fue el momento en el que se empezó a desencadenar todo. A falta de pinganillo, bueno es un Carlos Sastre, veterano e inteligente o inteligente y veterano, hizo de auténtico director de orquesta y movió los hilos de la carrera como el quiso. Alberto empezó a dar signos de no encontrarse excesivamente bien (acabó sufriendo una de las pocas pájaras que se le recuerdan), y viendo Carlos que el de Pinto no iba a estar para muchas florituras y que Óscar ya no estaba en carrera, lo puso a tirar junto con él mismo en la penúltima ascensión lo que permitió que para la última vuelta llegara todo muy seleccionado y realmente controlado.
Sonido de campana. Última vuelta. Últimos 24 kilómetros donde debería decidirse todo. Última ascensión a la muralla, y mientras Alberto se quedaba en “boxes”, las cámaras se centraban en los dos grandes nombres Bettini y Valverde los cuales parecían un solo cuerpo, allá donde iba uno, se movía el otro. Esto fue lo que aprovecharon otros que a la postre sería lo que desencadenaría el resultado final. Cadel Evans soltó un ataque brutal, tras él se fueron el luxemburgués Andy Schleck, el italiano Davide Rebellin y nuestro asturiano Samu. En los últimos metros de ascensión al ataque del australiano contestó el hermano pequeño de los Schleck y se llevó consigo al italiano y al español. Juntos comenzaron el descenso y parecía que las tres medallas podían tener ya nombre. Italia y España iban a jugársela como todo parecía indicar desde un principio pero con cartas totalmente diferentes a las que se hubieran previsto. Solo por detrás estaban intentando conectar el compañero de Evans, Michael Rogers y el ruso Alexander Kolobnev. Tres contra dos, parecía que los de atrás no tendrían ninguna opción de engancharse a la puja de las medallas. Pero entonces del grupo salió un auténtico misil, me rió yo del Félix Baumgartner. La locomotora de Berna había salido con el firme propósito de echar mano a los de cabeza, así que le quedaban menos de 12 kilómetros para reducir esa diferencia. Fabián Cancellara (que días después se haría con el oro contra el crono de manera insultante) llegó hasta Rogers y Kolobnev, los cuales se adosaron al suizo como si de vagones se trataran, y poco a poco fueron viendo como crecían en tamaño los 3 de delante.
¡Qué lucha! Yo ya en ese momento no tenía uñas que morderme. Los nervios, la incertidumbre y la emoción ya eran parte inseparables de mí. ¡Samu, por favor, déjate todo! Supongo que como yo habría cientos de miles de españoles. Y de italianos, luxemburgueses, suizos, rusos o australianos. Pero nosotros… ¡nosotros molamos más! Cada uno desde nuestras casas estábamos mandando esos gramitos de fuerza necesarios a las piernas de Samuel.
Arco del último kilometro. Y justo ese era el momento en que los tres que venían persiguiendo cogían a los 3 de delante. Ahora ya eran 6 a repartirse 3 medallas. En ese momento ya a muchos se nos iba a salir el corazón del pecho. Este Fabián no podía haberse estado quietecito, no le bastaría solo con la contrarreloj. ¡Egoísta! ¿Quién te invitó a esta fiesta? ¡El mal rato que nos hizo pasar! Fuera de bromas, realmente fue impresionante lo que hizo y digno de admirar. Y no menos impresionante fue que Rogers y Kolobnev aguantaran con el gancho el ritmo del suizo hasta que llegaron a la rueda de los de delante.
Fin de la bajada. Pasando entre las casetas del peaje y comienzo de los últimos 600 metros de ascensión hasta la meta. Rebellin, Cancellara, Kolobnev, Rogers, Schleck y Samuel opositando por un puesto entre los más grandes. Los seis ya subiendo ocupando el ancho de la carretera y por detrás que no se veía aparecer a nadie. Perico pidiendo tranquilidad a Samuel. ¿Tranquilidad? Yo que ya estaba fuera de mí, de pie, dando saltos, ¿y le pides al muchacho tranquilidad? 300 metros y Kolobnev empieza a tensar. Cancellara que miedo me da. A rueda del ruso se pega el italiano. Cancellara que miedo me da. Andy y Rogers parecen más flojitos. Y Cancellara que miedo me da. 150 metros y Samuel que pegado a las vallas empieza a encontrar el hueco, pasa a la derecha de Kolobnev. ¡Ay la virgen, que Cancellara ya no me empieza a dar miedo! ¡Venga Samu! ¡Vamos Samu! ¡Samu, Samu! ¡Campeón! ¡Oroooooooo!
Y Samuel, nuestra bala de la recámara, incrédulo, levantando los brazos y llevándose las manos a la cabeza, que como diría su paisano Melendi, luchó con pundonor y mientras le quedaron fuerzas lo que le sobró es valor. La plata fue para Davide Rebellin y el bronce para Fabián Cancellara, ahora sí, ya podría decir: ¡Qué bueno es Cancellara! Pero el oro, el oro para España, el oro para Samu, la bandera española en lo más alto y el himno sonando en la Muralla China. Y como decía antes, ese oro no se puede describir con palabras, solo valen imágenes. La imagen de la cara de Samuel entrando en la meta. La imagen del abrazo con Alberto, con Carlos, con Alejando y con Óscar. La imagen de Samu en lo más alto del pódium con su medalla. Y la imagen de los cientos de miles de rostros de españoles, emocionados como yo, por lo que había conseguido un descendiente de Don Pelayo en unas Olimpiadas a las puertas de la Muralla China. ¡Gracias Samu!