Hace un mes que pudimos disfrutar de una de las Vueltas a España más grandes que ha habido en todo la historia de nuestra ronda. Alberto se enfundó “La Roja” en Madrid gracias a su constancia y tenacidad, pero sobre todo gracias a un épico día de ciclismo camino de Fuente Dé. Un 5 de Septiembre tenía lugar una de las etapas más bonitas que hemos podido ver en los últimos tiempos. Alberto Contador contra Joaquím Rodríguez. Una lucha de uno contra uno. Uno atacando el trono y otro defendiendo su puesto. Un esfuerzo agónico para uno recompensado y para otro repudiado. Un vencedor y un vencido. ¡CICLISMO!
En ese momento a muchos nos vino a la mente imágenes pasadas de otros días históricos de la Vuelta y muchos medios se hicieron eco de ello resaltando los días en que Hinault ganó la edición del 83’ a Gorospe camino de Ávila con un ataque impresionante en Serranillos, o Perico doblegando a Robert Millar en la del 85’ con un ataque en Cotos y un descenso vertiginoso de Navacerrada. Más reciente está la Vuelta del 2003 en la que Roberto Heras contra todo pronóstico desbancó del primer lugar de la clasificación general a un Isidro Nozal que se veía vencedor en Madrid, en una magistral crono-escalada en Abantos.
Pero si hay un día que se me quedó grabado en la retina esto del ciclismo, que pude vivir de cerca y que realmente me vino a la cabeza en todo momento mientras veía ese duelo Alberto-Purito, fue la etapa que finalizó en Pajares en el año 2005. Al igual que en este año con Purito había un líder férreo y que se mostraba inquebrantable como era Denis Menchov, y por otro lado había un corredor que por mucho que lo intentaba una y otra vez como Alberto Contador, no era capaz de asaltar el liderato, era el caso de Roberto Heras.
El día 10 de Septiembre de ese 2005 se había ascendido el puerto por excelencia de la orografía ciclista española, Lagos de Covadonga, y entre los corredores de Liberty había un claro desánimo porque Roberto no veía por donde echarle mano a Denis. Ese desánimo en mi caso era compartido. Yo comenzaba a andar en bici, lógicamente lo que más me llamaba era la alta montaña, y siendo salmantino de nacimiento que corredor iba a tener como claro ídolo, el escalador bejarano que estaba en ese momento en segundo lugar de la clasificación, Roberto Heras. Parecía que esa Vuelta Menchov lo tenía, como Purito, en bandeja para hacerse con el triunfo final, solo le quedaba un día por resistir al ruso para proclamarse vencedor en Madrid, y ese era el día siguiente con la ascensión a Pajares.
Llegó el día de autos, una fecha muy señalada por otros motivos que ahora no nos atañen, 11-S. Yo en mi casa de León preparaba mi mochila con mi bocata y algo de bebida para dirigirme a pasar el día a la Estación de Esquí de Valgrande-Pajares y con toda la fe del mundo de ver en lo más alto a ese ciclista que me maravillaba por entonces. Mientras tanto en Cangas de Onís un tal Manolo Saiz, como si de un Teniente de alguna división americana durante la II Guerra Mundial se tratara, maquinaba en el autobús o en el salón de algún hotel la estrategia perfecta para acabar con su enemigo y alzarse así con la victoria. Y gracias a ello pudimos presenciar una de las batallas ciclistas de mayor calibre que se hayan visto en las últimas 2 décadas.
Llegaba yo a Pajares para poder vivir el ciclismo profesional de cerca. Era mi primera vez. Y sí, ciertamente podría haber cierta connotación sexual en esa frase, ya que el día acabaría con cierta explosión orgásmica. Pero antes, alucinando, por ese ambiente ciclista que se respiraba en todos lados, cantidad de gente subiendo el puerto, 6 horas antes de que llegaran los ciclistas ya había multitud de aficionados agolpados en las cunetas, esa gran cantidad de motos de Guardias Civiles yendo y viniendo, azafatas de la Vuelta dando regalos a los que estaban cerca de la meta, Perico y Carlos de Andrés en el camión de TVE retrasmitiendo como en esta ocasión lo que ya se había desencadenado en la carrera. Todo cuanto me rodeaba me parecía mágico y notorio. Y todo ello armonizado como no podía ser menos, para darle un mayor toque épico, con la lluvia y la niebla asturiana (que gran cariño tengo desde entonces a aquel chubasquero negro que porté ese día).
Y hago bien en decir que retransmitían lo que ya se había desencadenado. Como este año, pocos fueron los afortunados de vivir el momento cumbre, aquellos que se encontraban en el alto de La Colladiella pudieron presenciar un momento que pasaría a la historia del ciclismo como pasaría escasamente hace un mes en el Collado de la Hoz.
Me aposté junto con mi hermano en las últimas rampas del puerto a poco más de un kilometro de la línea de meta, enchufaba un pequeño walkman que había llevado para poder escuchar la radio. Tardé un rato pero finalmente encontré la voz de Javier Ares y no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. Manolo la había “armado gorda”. Había reventado la carrera. Se había formado una gran fuga con tres corredores de Liberty metidos en ella, y no eran unos cualquieras, hablaban de Scarponi, Vicioso y Rubiera, que se habían ido por delante a la espera de noticias. Y esas noticias llegaron, vaya que llegaron. Roberto se había lanzado como un loco en el descenso de la Colladiella, había abierto un hueco importante con Menchov, al que la tromba de agua y las complicadas curvas del descenso le estaban minando la moral. Los 3 corredores del Liberty no redujeron la velocidad para esperar a su líder, directamente se pararon en seco a la espera de ver al fondo aparecer a Roberto. Y así fue, apareció y juntos hicieron el trabajo sucio de transición hasta la puerta de la ascensión a Pajares. Un tren blanquiazul pasó volando por Pola de Lena y Campomanes. ¡Qué importantes son los buenos compañeros en este deporte!
Poco a poco Roberto fue dejando a atrás a sus fieles escuderos, adelantando corredores fugados, solo Samuel Sánchez parecía poder seguirle no muy lejos. Y mientras tanto, yo agarrado a mi radio como si del mayor tesoro del mundo se tratara. Lo que me estaba trasmitiendo ese aparato era música celestial para mis oídos. Entonces el sonido de la radio pasó a un segundo lugar, el griterío de la gente que se encontraba en los kilómetros finales sobresalían sobre cualquier cosa. Ese sonido anunciaba que ya todo estaba cerca. Los aficionados se iban abriendo y por fin, entre la niebla apareció una figura en bicicleta. Roberto apareció. Llegó. Pasó. Se fue. Y ganó.
Había visto pasar un ciclón sobre dos ruedas dando pedales. A pesar de la cara de sufrimiento que mostraba se podía ver la felicidad y la satisfacción de que algo grande estaba pasando y que él era el claro protagonista. Una cara parecida a la de Contador. Por esas rampas fueron pasando ciclistas, grandes ciclistas, todos ellos por lo que a mi respecta, auténticos héroes. Y pasados 4 minutos después de que hubiera animado el paso de Heras, apareció otra figura, igualmente animada por la plebe, que portaba el maillot dorado de líder. Era Denis Menchov. Su cara, como la de su adversario, reflejaba también sufrimiento, cansancio e incluso dolor. Pero en su caso se ahondaba mucho más, se sabía el claro derrotado, la carrera se le iba y el sueño de Madrid como la niebla que nos había acompañado todo el día, se disipaba, desaparecía.
Yo saltaba de alegría. A pesar de mi fe ciega, ni en mis mejores sueños pensaba que iba a ser tan magnífico el espectáculo que iba a vivir. Estaba contento porque mi ciclista preferido iba a ganar, pero sobre todo estaba muy contento porque había vivido en directo un momento mágico del ciclismo, un momento que pasó a la historia, y que 7 años después por lo sucedido en esta edición de la Vuelta volvió a salir a la palestra. Había vivido como en este 2012, un Roberto Heras contra Denis Menchov. Una lucha de uno contra uno. Uno atacando el trono y otro defendiendo su puesto. Un esfuerzo agónico para uno recompensado y para otro repudiado. Un vencedor y un vencido. ¡CICLISMO!
yo tambien,estuveño alli ese dia,fue maravilloso,como esta última ediccion.Suerte cavales con esta pagina.