En Terralba no olía a frío centroeuropeo, sino a salitre y pino. La Copa del Mundo aterrizó por primera vez en la costa sarda, con el istmo de Marceddì a un lado, el Tirreno al fondo y un circuito nuevo que mezcló pradera de parque, pasarelas y lenguas de arena bajo la pineta. Un bucle rápido, de algo más de tres kilómetros, en el que el viento y la colocación mandaron casi tanto como las piernas. Y, por primera vez este invierno, sin rastro de la roja y gualda: ningún corredor español se presentó en la línea de salida, mientras Felipe Orts y buena parte del bloque nacional apuraban la Copa de España en Xàtiva y Cocentaina.
La élite masculina salió a media tarde, con el sol ya bajo y el barro de la mañana convertido en una mezcla pesada de charcos y arena húmeda. La parrilla reunió lo mejor del pelotón sin las grandes figuras del invierno pasado: Laurens Sweeck y Michael Vanthourenhout al frente de Bélgica, Joris Nieuwenhuis y Pim Ronhaar como punta neerlandesa, y el joven David Haverdings como invitado permanente en la pelea. Desde el primer giro quedó claro que aquello iba a decidirse más por quién se atreviera a mandar que por un ataque lejano.
La carrera se coció a fuego lento. Durante ocho de las nueve vueltas, el grupo delantero se negó a romperse del todo. Cada vez que Nieuwenhuis apretó sobre la arena o estiró en las rectas encharcadas, Vanthourenhout respondió a rueda, sin gestos pero sin ceder ni un metro. Por detrás, Ronhaar, Sweeck y Ryan Kamp tomaron turnos al frente, probando cambios de ritmo que limpiaron poco a poco la compañía, pero nunca lo suficiente como para despegar a todos. La imagen, vuelta tras vuelta, fue la de una cuerda tensa de seis o siete corredores, siempre al límite, siempre sin que nadie se decidiera a quemar las naves.
El filtro definitivo llegó ya dentro del tramo decisivo. Una caída de Joran Wyseure, en una zona de barro profundo, desordenó la cabeza y convirtió la batalla en cosa de cinco: Vanthourenhout, Nieuwenhuis, Sweeck, Vandeputte y Kamp. A partir de ahí, la lucha dejó de ser una cuestión de vatios para convertirse en una pelea por centímetros. Cada entrada a la arena, cada curva antes de la subida final, se negoció con el manillar. Vanthourenhout entendió mejor que nadie el guion: se puso al frente con la campana, marcó el ritmo y buscó que la última rampa se afrontara en fila de a uno, sin margen para adelantar.
En la subida final ejecutó el movimiento que los medios belgas describieron como «quirúrgico». Apretó justo al pie, en el cambio de hierba a barro, abrió un hueco corto sobre Nieuwenhuis y Sweeck y aprovechó la pequeña duda de ambos para convertirlo en sentencia. El neerlandés, que había sido el más valiente durante buena parte de la prueba, se quedó sin respuesta; Sweeck tampoco encontró un segundo cambio de ritmo. Vanthourenhout coronó en solitario, se dejó caer sobre el manillar en la recta de meta y se llevó su primera victoria de la Copa del Mundo de este curso, cuarta del invierno, en lo que muchos en Bélgica leyeron como el gran desquite después de su caída de semanas atrás. Nieuwenhuis se conformó con la segunda plaza y Sweeck cerró un podio que mantuvo la Copa en manos de belgas y neerlandeses, también en suelo italiano.
El turno femenino abrió el programa y tuvo un nombre propio clarísimo. Lucinda Brand convirtió Terralba en una prolongación natural de su dominio: se impuso en solitario desde las primeras vueltas y cruzó la meta entre lágrimas, besando la mano hacia el cielo, en una imagen que repitieron los medios neerlandeses y belgas como símbolo de una temporada que ya suma nueve victorias en once salidas.
La neerlandesa se filtró primero en un grupo selecto junto a Aniek van Alphen, Shirin van Anrooij, Sara Casasola, Leonie Bentveld y Manon Bakker. No tardó demasiado en romper el guion: en la segunda vuelta, aprovechó un tramo de arena para lanzar un cambio de ritmo seco, abrir hueco y dejar atrás cualquier duda. A partir de ahí, la carrera se convirtió en un ejercicio de control perfecto: más precisa que nadie en las zonas de agua y barro, siempre un punto más fuerte en las rectas expuestas al viento. Detrás, Van Alphen y Van Anrooij se jugaron el resto del podio en un duelo de pequeños ataques, con la líder de la general asegurando finalmente la segunda plaza y consolidando su maillot, mientras su compatriota cerraba un tercer puesto valiosísimo en apenas su tercera carrera tras un largo calvario de lesiones.
Casasola, referencia italiana en el circuito, aguantó el pulso en cabeza mientras le duraron las fuerzas, todavía con las secuelas de una enfermedad reciente, y terminó firmando un top-5 «heroico» en casa. En clave negativa, la jornada dejó el abandono de Ceylin del Carmen Alvarado, todavía lejos de su mejor versión tras sus problemas de rodilla y obligada a poner pie a tierra antes de tiempo.
Desde España, la carrera se siguió a distancia, por televisión y resultados en directo. El hecho de que no hubiera ninguna bandera nacional en la parrilla dejó una estampa extraña después de Tábor y Flamanville, donde el ciclocrós español había estado presente en casi todas las fotografías. Pero también subrayó la realidad del calendario: con dos pruebas UCI y la Copa de España jugándose su desenlace en casa, los equipos apostaron por puntos, maillots y logística corta antes de afrontar la gira navideña en Bélgica. Terralba se despidió así de su primera Copa del Mundo con dos carreras puramente élite y sin espacio para sub-23 ni júnior, una postal distinta a la de Tábor o Flamanville. En la arena sarda mandaron los veteranos del barro y las grandes estructuras de siempre; la cantera se quedó esta vez en casa. Pero el mapa del ciclocrós ya tiene un nuevo punto fijo junto al mar, y el invierno, desde hoy, también huele un poco a pineta.
