En Tábor hizo ese frío que crujía bajo las zapatillas y cortaba las frases a mitad. El césped amaneció blanco, la grava húmeda, y sobre ese escenario, ya clásico del ciclocrós moderno, se abrió la Copa del Mundo sin los gigantes de siempre, pero con pólvora de sobra. En medio del desfile belga y neerlandés, España se presentó con dos nombres claros: Felipe Orts y Kevin Suárez, las mismas referencias que habían brillado aquí en el Mundial y que venían a medir su invierno checo.
Orts llegaba con las piernas calientes después de una semana sólida en Flandes, acostumbrado ya a moverse entre los diez o quince mejores en casi cualquier circuito. Suárez aterrizaba con el cuerpo marcado por el doble frente del gravel y del ciclocrós, pero con el hambre intacta de quien sabe que cada viaje al norte suma oficio.
La salida rompió el silencio a última hora de la tarde. En las primeras filas se ordenaron Nys, Sweeck, Nieuwenhuis y compañía; una línea por detrás se colocó Orts, premio a su posición en el ranking UCI. Bastantes dorsales más atrás quedó Suárez, obligado desde el primer metro a pelear también contra la geografía del pelotón. El banderazo convirtió la recta en una contrarreloj en fila india, con la primera chicane como embudo y las primeras subidas estirando el grupo hasta el límite.
La carrera explotó pronto. Un error de Nieuwenhuis en una zona de subida dejó una rendija mínima y Thibau Nys hizo exactamente lo que se esperaba de él: cambió de ritmo, salió de la trazada, abrió hueco y ya no miró atrás. El circuito, rápido, de repechos cortos, escaleras y curvas sobre pradera compacta, se convirtió en su pista privada. Detrás, Sweeck y el propio Nieuwenhuis intentaron organizar la persecución, mientras Michels, Verstrynge o van der Haar trataban de no ceder terreno.
En ese contexto se movió la carrera de Felipe Orts. El alicantino se fijó pronto en un vagón estable alrededor del top-20, consciente de que cada acelerón a la salida de una curva decidía pequeñas batallas. Sin grandes errores ni exhibiciones, fue ganando y perdiendo posiciones al ritmo lógico de una Copa del Mundo, defendiendo cada metro, escogiendo bien cuándo tomar aire a rueda y cuándo gastar un poco más para adelantar antes de un tramo técnico. El Tábor que meses atrás le había regalado un top-10 mundialista esta vez le devolvió un puesto más gris, pero igualmente significativo: el de un corredor instalado ya con naturalidad en la parte noble de la élite.
Kevin Suárez vivió la otra cara del ciclocrós internacional. Condenado por una parrilla retrasada, se vio atrapado en ese tráfico espeso en el que cada duda ajena se convierte en metros perdidos. Mientras los primeros ya enlazaban curvas con cierta limpieza, él se peleaba con atascos en las escaleras, pasillos que se cerraban justo cuando parecía encontrar hueco y rectas en las que las piernas pedían más, pero el espacio no daba para adelantar. En un circuito tan físico, sin barro que igualara fuerzas ni zonas especialmente técnicas para compensar, cada esfuerzo extra se pagó caro.
En cabeza, el guion ya estaba escrito. Nys administró su ventaja con una madurez que recordó inevitablemente a la de su padre; Sweeck aseguró el segundo puesto, Nieuwenhuis salvó el honor neerlandés con el tercero, y la foto final volvió a dibujar el dominio centroeuropeo de siempre.
Más atrás, lejos de los focos, Orts cruzó meta como mejor representante español, firmando una actuación que valió más por lo que confirmó que por el brillo del resultado: su sitio, también en Tábor, sigue siendo el de quien mira de frente a los grandes. Suárez llegó bastante más atrás, al término de una tarde ingrata, pero con otra capa de experiencia en el bolsillo y la sensación, compartida en el entorno, de que España ya no viaja a la Copa del Mundo como invitada exótica, sino como parte estable de la conversación.
Cuando el público empezó a vaciar las vallas y el humo de las salchichas se mezcló con el vaho de los corredores, quedó esa impresión sencilla: en el hielo de Tábor, Nys inauguró su Copa del Mundo con mano de hierro y las dos cartas españolas siguieron sobre la mesa. No fue una noche de titulares gigantes para ellos, pero sí una de esas jornadas que construyen, en silencio, un invierno entero.
Brand vuelve a mandar en Tábor
El turno de las mujeres élite abrió el gran escaparate del día con una vieja conocida del circuito: Lucinda Brand volvió a convertir Tábor en su jardín particular. La neerlandesa arrancó desde el principio filtrándose en un grupo muy selecto junto a Inge van der Heijden y una inspirada Sara Casasola, que aguantó en cabeza pese a los problemas físicos que arrastraba desde los días previos, como subrayaron los medios italianos y belgas. Cuando el circuito se fue marcando con las primeras trazadas, Brand apretó justo donde más dolía, en los repechos encadenados tras la zona de escaleras, y se marchó en solitario hacia una nueva victoria en la Copa del Mundo.
Casasola, de amarillo flúor, encontró su propio ritmo para consolidar un segundo puesto que supo a triunfo después de una semana complicada y que los neerlandeses describieron como “podio a lo guerrera” en un circuito poco favorable para ella. Van der Heijden, reciente campeona de Europa, cerró el podio tras un mano a mano táctico con Leonie Bentveld en las últimas vueltas, en una carrera que confirmó el dominio neerlandés pero también la irrupción definitiva de la italiana en la pelea por la general. Mientras, por detrás, nombres como Shirin van Anrooij o las jóvenes francesas se movieron en un segundo plano, conscientes de que el guion del día estaba escrito para Brand.
Sub-23: Haverdings asalta el liderazgo
La carrera sub-23 masculina tuvo un guion muy distinto: sin barro pero con un ritmo cercano al de los élite, el neerlandés David Haverdings firmó una actuación de manual para estrenar el maillot de líder de la categoría. Salió fuerte pero sin volverse loco, dejó que la primera vuelta cribara el grupo y, cuando apenas quedaban tres hombres en cabeza, lanzó un cambio de ritmo seco que sólo pudo seguir durante unos metros el francés Aubin Sparfel. El de Baloise Glowi Lions abrió un hueco corto pero estable y, vuelta a vuelta, lo defendió con una solvencia que en Bélgica ya se leyó como el primer aviso serio de cara a la general.
Por detrás, Sparfel, todavía con el dorsal del Decathlon AG2R de desarrollo, se limitó a controlar la distancia con Stefano Viezzi, otro de los grandes nombres de la nueva ola italiana, que completó el podio con una remontada sólida en la segunda mitad de la prueba. Haverdings confirmó en Tábor que ha dado un salto de calidad respecto al año pasado, Sparfel justificó los pronósticos que lo situaban como aspirante firme a las victorias y Viezzi se mantuvo en la pelea en un circuito donde su potencia y su paso por curva encontraron terreno propicio.
Junior: día grande para la cantera checa y thriller entre los chicos
La matinal de Tábor se abrió con un auténtico “thriller” en la carrera junior masculina, resuelto al esprint tras un sinfín de golpes de mano. El francés Soren Bruyère Joumard, al que en su país ya situaban como uno de los grandes favoritos después de su temporada pasada, remató una prueba muy nerviosa imponiéndose a Jari Van Lee y Filippo Grigolini tras una última vuelta en la que el trío llegó a jugar al gato y al ratón en las zonas rápidas del circuito. En Francia se habló de “desquite perfecto” para Bruyère Joumard en un escenario que ya conocía de los grandes campeonatos, mientras que se subrayó la solidez de Van Lee en su debut en la Copa del Mundo.
Si el triunfo francés marcó el pulso entre los chicos, la alegría local llegó con la carrera junior femenina. La checa Barbora Bukovská convirtió el circuito de casa en una fiesta al imponerse por delante de la francesa Lise Revol y de la italiana Giorgia Pellizotti, en una prueba que se rompió muy pronto y que se jugó en los pequeños detalles técnicos sobre la pradera helada. Bukovská construyó su victoria a base de arriesgar un punto más en las bajadas y de no ceder nunca la iniciativa en las rectas largas, mientras Revol y Pellizotti se alternaron en la persecución sin llegar a conectar con la ciclista local. La imagen de la checa entrando en meta con los brazos en alto, arropada por un público entregado, puso el acento de cantera a una jornada en la que Tábor volvió a demostrar por qué es uno de los templos del ciclocrós internacional.



