Día duro de alta montaña en el Giro de 1999. 8ª etapa que finaliza en el duro Gran Sasso, 3 kilómetros para que finalice la primera terrorífica etapa del Giro, el ritmo que marcan los corredores del Mercatone Uno es fortísimo. Pero de pronto por el córner izquierdo salta como una bala un corredor del Banesto. Sí, es El Chava. ¡Qué valiente, y vaya ataque! Nadie parece que le pueda seguir… pero… esperen un momento, ahí sale otro corredor a un ritmo endiablado ¿De verdad que están subiendo? Lleva un pañuelo en la cabeza y pendientes. ¡Como no! Otro genio el que salta, es El Pirata. Son los más fuertes en estas condiciones y ellos se van a jugar la etapa. En cuanto la carretera se pone hacia arriba son los ángeles del pelotón…
Y hasta ahí puedo leer. Da igual que ese día al final la victoria fuera para Marco Pantani y que José María Jiménez entrara justo detrás a 18 segundos del italiano. La cosa es que eran 2 ángeles y la pena es que quisieron irse a cumplir su cometido pronto, demasiado pronto.
Genios y figuras. Corredores carismáticos como pocos ha habido. Agolpaban miles de aficionados en las carreteras para verles pasar aunque no tuvieran muy claro ni ellos mismos si lo harían delante del todo o cerrando el pelotón. ¿Vidas paralelas? No sé si tanto. Lo que si está claro, es que fueron 2 ciclistas que marcaron historia. 2 corredores que disfrutaban de la bicicleta en el momento en que la carretera hacía que la gran mayoría la odiasen. No dejaban indiferente a nadie con nada de lo que hacían. Eran corredores de otro mundo, e igual por eso quisieron irse del nuestro.
Marco nació en Cesena un enero de 1970, poco más de un año después en España nacería su “homologo” José María en Ávila. Y desgraciadamente, los dos se pusieron las alas muy prematuramente. El primero en hacerlo sería el de El Barraco, un gris 6 de Diciembre de 2003 y el Pirata se iría 2 meses después, el 14 de Febrero de 2004, paradójicamente el día de los enamorados, rompiendo el corazón a miles de tifosis italianos y del resto del mundo que amaban a ese pequeño gran corredor calvito y con perilla, y que ya lo tenían seriamente dañado después de la perdida del gran escalador español.
Me imagino a los dos de chavalitos empezando a andar en bici, uno disfrutando de paseos a orillas del Adriático y el otro entre curva y recurva por las montañas del Sistema Central. Enseguida los dos mostraron que tenían algo especial, que no eran chavales comunes, que sobresalían sobre el resto en la montaña. Donde otros tenían que entrenar meses y meses, a ellos les bastaba con subirse en la bici y echar a andar. Esos niños empezaron a convertirse en hombres y entraron en un mundo tan bonito como difícil de asimilar como es el del ciclismo profesional.
La llegada de ambos revolucionó el ciclismo del momento, un tanto acostumbrados a los Miguel Induráin o Tony Rominger que controlaban las carreras a su antojo y parecía que nada se les podía escapar a su control. Entonces aparecieron 2 jovencitos que rompieron con todo. Quizás el italiano en cuanto a números superó al Chava, pero los dos siempre que competían desprendían el mismo aroma, el de los superclases, nunca sabías lo que te podrían deparar especialmente en las grandes etapas de montaña, donde estaban como peces en el agua y desconcertaban al resto de ciclistas del pelotón incapaces de entender porque ellos se movían con esa facilidad en las rampas más duras de los puertos. Eso sí, a la hora de afrontar las cronos los dos eran igual de… especiales. Eso de estar una hora en solitario encima de la bicicleta sin poder ponerse en pie, sin lanzar la bicicleta, sin ver retorcerse a otros corredores donde ellos volaban, eso no iba con ellos.

El primero en aparecer fue el transalpino que ya en el Tour del 94’ puso en serios aprietos al Gran Miguel en la montaña, sus ataques eran demoledores e imposibles de seguir. Era un recién llegado y se hizo con el tercer puesto en la general del Tour. Ese mismo año ya había hecho un 2º en el Giro. En la temporada del 95’, si bien no estuvo en la pelea de ninguna general, se llevó el bronce en el Mundial de Duitama (Colombia) o en el Tour se llevó dos parciales destacando la exhibición que realizó en Alpe D´Huez donde marcó el mejor registro que hay hasta el día de hoy en una de las ascensiones mas míticas del ciclismo mundial, demostrando que aquí había un corredor de grandes registros. Pero su carrera se truncó en seco pocos meses después en una Milán-Turín donde sufrió un escalofriante accidente al chocar con un coche, fracturándose una pierna y poniendo en grave riesgo su continuidad en la élite del ciclismo. Mientras tanto por tierras españolas, en esas 2 temporadas empezaba a despuntar en el Banesto un chiquillo abulense, que con apenas 23 años ya se había apuntado la mítica Subida a Urkiola, la Vuelta a la Rioja o una plata en los Campeonatos Nacionales.
Afortunadamente en el 97’, Marco volvió a subirse a la bici y demostró que seguía siendo el mismo, con esa casta y esa raza que le caracterizaba. Quedó tercero en el Tour provocándole auténticos quebraderos de cabeza a Jan Ullrich ya que en la montaña era incapaz de seguir al Pirata, el cual se volvía a encumbrar en una de sus cimas, Alpe D´Huez. Pero bueno, como decíamos, su estilo… especial contra el crono hizo que el alemán se llevara esa general. Pero poco a poco se estaba empezando a fraguar algo muy grande. Este también fue el año de explosión de José María que se hacía con el Campeonato de España en Ruta en Melilla, uno de los más duros que se recuerda, y más tarde se estrenaría en la que sería Su Carrera, La Vuelta a España, venciendo en una dura etapa de montaña con final en Los Ángeles de San Rafael con un itinerario por la Sierra Central, por la cual había montado en bici desde que era un niño.
Pero si hubo una temporada en la carrera de ambos corredores, cada uno a su manera, fue la del 98’. Marco haría el doblete, Giro y Tour, algo al alcance de muy pocos y que a día de hoy no ha vuelto a repetirse. El Giro de ese año, que no fue excesivamente montañoso (tal y como nos han tenido acostumbrados), propició una lucha preciosa entre El Pirata y Pavel Tonkov. Pero al final la ventaja que consiguió Marco en las jornadas de montaña, donde logró alzarse con dos de las etapas, fue suficiente para aventajar en algo más de un minuto al ruso en el pódium de Milán, para el deleite de todos los italianos que celebraron esa victoria como si de un Mundial de Fútbol se tratara. ¡El predilecto de todos los tifosis se había coronado en casa! Pero no le bastó con eso, si no que se cogió “la burra” se fue a Francia y también venció.
¡Jo, que si venció! ¡Y de que manera! Todo el mundo apuntaba al duelo entre el italiano y el alemán vencedor el año anterior en París. Esa edición también sería recordada desgraciadamente por el Caso Festina, pero ello no debe empañar lo que protagonizó Marco 2 días antes de que todo saltara. El líder era Jan Ullrich, la 15ª etapa finalizaba en Les Deux Alps pasando previamente por el mítico Galibier. Y aquí se entrecruzó la carrera de nuestros 2 protagonistas. Pantani conocedor de que el corredor más parecido a él en el pelotón era el de Ávila, se acercó a él para proponerle que se encargara de romper la carrera en la ascensión al Galibier, que se irían juntos, que subirían de la mano Les Deux Alps y allí uno se llevaría la etapa y el otro se haría con el maillot de líder. Y así, fue El Chava atacó, Pantani también se fue tras él, pero el nuestro fue incapaz de seguir al italiano que estaba protagonizando una de las etapas que pasaría a la historia del Tour. Llegó en solitario a la meta con más de 8 minutos de ventaja con respecto a Jan Ullrich y sentenció ese Tour. ¡Bravissimo!

Por su parte El Chava que ya se había hecho con una etapa en la Dauphine Libéré previa al Tour que finalizó en el superlativo Mont Ventoux, sobresalió en la Vuelta a España, se llevó 4 etapas, hizo 3º en la general, y se llevó la montaña por segunda vez. Fue una edición en la que cada vez que la carretera terminaba en alto, él sin querer iba dejando atrás a todos sus adversarios incluido a su jefe de filas, Abraham Olano, que a la postre fue el vencedor de la general, que suerte tuvo de contar con 2 contrarrelojes largas. Pero El Chava, que era así de único, se convirtió en el mayor adversario de su propio compañero y a punto estuvo de llevarse la victoria porque a 2 días del final se vistió de amarillo en Navacerrada.
El año siguiente, fue el principio del fin para Marco, cuando iba líder en el Giro y ya se había hecho con 4 etapas, a falta de 2 para el final, fue descalificado al dar positivo por EPO. El siempre negó la mayor, y realmente todos los aficionados al ciclismo siempre estuvieron al lado del ciclista, era un icono y la gente le amaba por lo que era para el mundo de los pedales. En el año 2000 volvió al pelotón después de un año de sanción y demostró que seguía siendo un corredor extraordinario. Aunque ya no estaba para disputar la general de la ronda gala, consiguió llevarse 2 etapas en el Tour, una de ellas, la que finalizaba en Mont Ventoux, para todos recordada porque Lance Armstrong no quiso disputarle el triunfo, lo que provocó en el fabuloso Pantani un gran cabreo y la enemistad desde ese momento hacia el americano. ¿Con regalos a él? ¡Jamás!
El Chava, mientras tanto estos últimos años todavía tuvo tiempo para hacer grandes cosas, especialmente en su Vuelta predilecta, haciéndose entre la edición del 99’ y la del 01’ con otras 4 etapas y llevándose otras 2 veces el maillot de líder de la montaña y una vez la clasificación por puntos, demostrando que pasaría a ser uno de los grandes escaladores de la historia de nuestro país y por tanto de la historia del ciclismo mundial. Para todos quedará grabada en nuestra retina la etapa que finalizó por primera vez en el Angliru y como de la nada apareció entre la niebla Don José María Jiménez, El Chava, para hacerse con la victoria in-extremis por delante de Tonkov, grabando con letras de oro su nombre en el puerto más duro por el que se ha pasado en la historia de la Vuelta a España.

Pero llegó la época oscura. Los focos que tantas veces les habían alumbrado, ahora se apagaban. El ciclismo había pasado a ser un negocio turbio en vez de un deporte de héroes, que es lo que Ellos eran. Y eso les entristeció. No entendían que ese mundo por el que tanto habían dado se hubiera podrido de esa manera y se abandonaron. En ambos casos se juntaron a gente que no les ayudó lo más mínimo. En el caso de El Chava, se lo hemos escuchando muchas veces a su cuñado Carlos Sastre, y es que igual siguió siendo un niño, no quiso hacerse mayor para seguir disfrutando de la bici como cuando era un chavalín, él lo que quería era gozar dando pedales y que nadie le pusiera trabas, ni pautas que seguir y eso fue lo que le acabó poniendo triste. No entendía que lo que había hecho toda la vida, y muy bien por cierto, tuviera que hacerlo de otra manera que no le gustaba, así que ¿para qué seguir haciendo algo que ya no le gustaba tanto como antes?
Es curioso pensar que dos grandes magos como ellos en el momento en que el ciclismo entró en decadencia entraran en sendas depresiones, de las cuales, ninguno de los dos fueron capaces de salir. Perfectamente ellos podrían simbolizar lo que había sido el ciclismo: la gloria, el apogeo de un deporte, el reconocimiento a auténticos héroes de carne y hueso; que pasó a ser sombras, decadencia, suciedad, tristeza, soledad… muerte.
Poco a poco el ciclismo ha ido resurgiendo de sus cenizas. La pena es que ellos no pudieran hacer lo mismo. A estos dos ángeles que donde mejor se encontraban era cuanto más alto estaban, los grandes picos de este mundo se les hicieron pequeños y quisieron seguir subiendo para pedalear en un lugar donde realmente estuvieran felices y contentos. Ellos marcaron un antes y un después en este deporte. Ellos en muchas facetas de lo que hicieron fueron un ejemplo para cualquiera. Ellos demostraron que lo imposible es posible. Ellos demostraron que el olvido no existe y que tanto El Pirata como El Chava siguen haciendo ascensiones mágicas en nuestra memoria y en nuestros corazones. ¡GRACIAS POR SER TAN GRANDES!
Excelente… me ha encantado este artículo