Vincenzo Nibali (Bahrein-Merida) se ha alzado con la victoria en la 109ª edición de la Milan-Sanremo (1.UWT, Italia), disputada hoy sobre el ya tradicional recorrido de casi 300 kilómetros que une las dos ciudades que dan nombre a la gran clásica italiana. Ewan (Mitchelton-Scott) y Demare (Groupama-FDJ) le acompañaron en el pódium.
Si preguntáramos a decenas, centenas o incluso miles de aficionados al ciclismo cuáles serían los momentos de la temporada que nunca querrían perderse sería raro quien, quizá no como la primera opción pero sí como segundo o tercer nombre, no mencionara la ascensión y el descenso del Poggio di Sanremo. Quienes narraban hoy la prueba la describían, muy acertadamente, como una calma necesaria de seis horas antes de un borrascoso e imparable final de una hora. Los kilómetros pesan, más aun como cuando en días como hoy, se recorren bajo un intenso aguacero y un frío poco usual en La Classicissima. Las piernas duelen a intensidades que, en cualquier otra carrera, ni rechistarían; la mente se nubla cuando con en pruebas con la mitad de kilometraje ni siquiera dudaría ante que decisión tomar. Por eso, Sanremo es Sanremo y por eso, il Poggio es il Poggio.
Con la lluvia como actor protagonista, los teloneros no faltaron tampoco a su cita. Equipos invitados por la organización que no desaprovechan su oportunidad para formar parte de una de las fugas más televisivas y televisadas de la temporada. Horas y horas en cabeza de carrera las que pasaron hoy Bono (UAD), Mosca (WIL), Planet (TNN), Maestri y Rota (BRD), Hatsuyama (NIP), Koberniak (GAZ), Sagiv y Van Winden (ICA).
Conscientes en todo momento de cual iba a ser su final, el sueño se esfumó a falta de 30 kilómetros para el final. El irrefrenable final había despertado al pelotón de su lento y aletargado pedalear para nunca más detenerse. Con la escapada neutralizada, La Cipressa volvía a ser, como cada año, el primer punto candente de la prueba.
Groupama-FDJ y Sky endurecían la ascensión mientras, por detrás, Kittel decía que hoy tampoco sería su edición. No hubo movimientos en la subida y sí algunos cortes en una bajada que, como cada año, estiraba el grupo hasta acabar por romperlo antes del momento del extasis: Il Poggio di San Remo.
Con 3,7 kilómetros a menos del 4% no sería más que un simple repecho en cualquier otra circunstancia que fuera la de llevar, sobre el sillín, más de 7 horas y 290 kilómetros. La tensión era latente y una simple isleta bastaba para provocar la más fea de las caídas hoy vistas. Mark Cavendish (Dimension Data), vencedor ya en 2009, continuaba su aciago inicio de temporada tras chocar frontalmente con una señalización de la calzada a la salida de una rotonda y quedaba dolorido en el suelo.
Así, con la escalofriante repetición de la caída del británico, los supervivientes a más de siete horas de pedalada tras pedalada encaraban la ascensión al Poggio. Las miradas se centraban en Sagan y Kwiatowski mientras el pelotón encaraba las herraduras frente al Mediterráneo. Allí, con el mar de fondo, arrancó Nibali. Su equipo comandaba el grupo y un valiente Neilands (Israel Cycling Academy) demarraba con visos de no despertar preocupación entre los grandes favoritos. Partió desde atrás el letón y ni Sagan ni Kwiatowski movieron un watio de más en seguirle. Nibali, en segunda posición tras su compañero Mohoric, sí lo hizo.
Aguardó el momento y cuando Neilands agotó sus balas, Il Squalo soltó su rabia en un demarraje que nadie ni siquiera pudo imaginar. Coronó en solitario, con apenas 10 segundos de renta, dando inicio a una persecución que no pudo ser más emocionante.
Con una habilidad ya conocida cuando la carretera mira hacia abajo, Sagan y Nibali calcaban trazadas y velocidades en el descenso del Poggio. Después, solo restarían dos kilómetros para el final de una historia casi interminable y la gloria esperaba a quien mejor jugara sus cartas.
Sagan se acordó de lo acontecido en 2017 y pensó más, quizás demasiado. Delegó responsabilidades en el resto de favoritos, como esperando que fueran otros los que concluyeran la persecución. Esta vez, no hubo otros. Lo probó sin suerte, y de forma individual, un Matteo Trentin (Mitchelton-Scott) que apenas pudo acercarse a Nibali.
Il Squalo viajaba solo hacia una gloria que pocos merecían más que él. Lo probó cuando el resto se miraban. Solo él jugó a ganar y solo él ganó. Hoy ganó Nibali sí, pero también ganó el ciclismo.