El 30 de mayo del 2015 nos costó creérnoslo. Delante del ordenador seguíamos, los 4 locos de siempre, el desarrollo del Grand Prix de Plumelec, con menos información aún de la que hemos tenido hoy. Entre incrédulos y emocionados, leíamos por twitter que Sheyla iba en la fuga y que iba a llegar. Información con cuentagotas y la confirmación definitiva de la victoria al ver su foto, exultante y de aquella todavía vestida de Lointek. Nuestro sueño de una nueva victoria de una española en una carrera UCI se hacía realidad. Hoy, 1 año y 9 meses después, ya no lo hemos vivido como un sueño, sino como una realidad. Porque lo ha vuelto a hacer, vestida de verde y rojo brillantes, porque el escenario y las rivales han sido de más entidad. Ganarle a Amy Pieters, neerlandesa especialista en carreras de un día del todopoderoso Boels-Dolmans y compartir podio con la australiana Tiffany Cromwell, otro de los nombres imprescindibles de las citas primaverales desde hace un lustro parecía misión imposible hace tan sólo unos meses. Hasta que Sheyla nos hizo creer. No soñamos ya: estamos despiertos.
Pero recapitulemos porque esta victoria se podía intuir desde el fin de semana pasado. Enormes actuaciones en la Omloop het Nieuwsblad, donde finalizó 8ª y en la Omloop van het Hageland, donde la vimos (sí, pudimos disfrutar de una excelente retransmisión de la carrera completa) siempre en cabeza e incluso atacar en una cota exigente para intentar marcharse. Lo hizo durante unos metros y nos puso en pie. Nos dimos cuenta entonces de que ha empezado la temporada, como se suele decir en el argot ciclista, sin cadena. Ella misma nos lo confirmaba, que tan sorprendida está por la victoria en una clásica belga con frío, adoquín y grandes rivales, como por cómo se encuentra. Parece que la primera sorprendida por su fortaleza es ella misma. Y esas lágrimas que no paraban de correr tras cruzar la línea de meta son reflejo de muchas emociones, quizás las contenidas durante meses, años de duras y maduras.
Volvamos a las carreras de estos últimos días en Bélgica. Este tríptico culminado en La Samyn, además de tener a la riojana como protagonista destacadísima, ha despertado en mí una curiosidad un tanto morbosa: imaginarme a aficionados y medios extranjeros contrariados tratando de saber quién es esa corredora del Cylance y, una vez descartadas las más conocidas, la no menos ardua tarea de escribir (bien) su nombre.
Todo ello me teletransporta imaginariamente a la retransmisión de Plouay de hace 2 temporadas en el canal de la UCI. Perteneciente entonces a la Copa del Mundo y ahora parte del Women’s World Tour, no sin bochorno oíamos como ninguno de los comentaristas de la retransmisión (Rochelle Gilmore, propietaria del Wiggle-High5 y Anthony McCrossan, speaker de enorme prestigio y uno de los mayores promotores y conocedores del ciclismo femenino desde hace años) reconocía a Ane Santesteban. Ane se estaba peleando con las mejores en una de las mejores carreras de la temporada y ninguno de los dos supo quién era. Ignorada primero y confundida después. La suponían italiana, claro, corriendo en el Alé-Cipollini.
Si ya Ane Santesteban se lo puso difícil, agárrense que vienen curvas: y es que hemos visto Gutiérrez deletreado de todas las maneras imaginables. Sí, sé que The Hippy Lion es mucho menos complicado, tiene un encanto poderoso y entra fácil como un buen vino. Nosotros en Ciclismo Fem, nos quedamos con Shey.
La cruda realidad de la invisibilidad de las nuestras me deja un regusto amargo carrera tras carrera. En mundiales de carretera y ciclocrós se repite la misma historia. ¿Hasta cuándo van a dejar de ser invisibles las nuestras? Ojalá sea muy pronto que podamos contar a nuestros colegas internacionales, fanáticos de esto como nosotros, las andanzas y anécdotas que sabemos de primera mano de las corredoras españolas. Porque han ganado. Porque son protagonistas. Porque son visibles. Porque sus nombres ya se escriben bien de tanto verlos.