El agrío sabor de lo que pudo ser y no fue; la destreza imposible de engañar a la mente impidiéndole regresar al instante que cambió todo; lo injusto de la vida, lo cruel del ciclismo. Aquel 27 de mayo, Steven Kruijswijk dejaría de vestir de rosa. Su mundo, desde entonces, sería de un tono más oscuro. El futuro prometedor de un holandés de sonrisa eterna se entremezclaba con un presente inesperado pero merecido: el de ganar el Giro d´Italia 2016.
Sin una etapa en su haber pero habiendo demostrado, con creces, ser el corredor más fuerte en la montaña, solo dos jornadas separaban al líder de Lotto-NL Jumbo de un trofeo que en la salida de Holanda, su tierra natal, parecía reservado a Nibali, Landa o Valverde. Sin hacer ruido, su nombre resonó en los Dolomitas junto al de Esteban Chaves. Entre paredes de nieve, resquebrajaron las piernas de Valverde y desarmaron a un Nibali que valiente, kilómetros antes, había iniciado las hostilidades.
Días después, con más de tres minutos sobre Chaves y Valverde y con Il Squalo a casi cinco minutos, Kruijswijk dominaba en los Alpes con una superioridad aplastante. Los candidatos a sucederle en el pódium demarraban sin cesar. El holandés, simplemente respondía sin inmutarse.
Con solo dos etapas -los finales en alto de Risoul y Sant´Anna di Vinadio- la batalla por acompañar a Kruijswijk en Turín estaba en su punto álgido. Un Nibali venido a más tras unos Dolomitas mediocres prometía guerra a un Chaves algo despistado en carrera y a un Valverde que parecía acusar el cansancio cuando la altitud superaba los 2000 metros.
El Agnello los superaba, con creces además. En su cima -la más alta de aquel Giro-, además de una intensa niebla, la frontera entre Francia e Italia. Como si no quisiera perder detalle, la nieve abrazaba la carretera en sus dos márgenes. Hacía frío, sí, pero la carrera nunca había estado tan viva.
Chaves probaba el primero y era Nibali el que parecía pasar más dificultades. Tras el colombiano, Kruijswijk y Valverde aguantaban a rueda. Sin motivación por tener a la maglia rosa y a su predecesor en la general a rueda, Chaves bajaba el ritmo y Nibali volvía a entrar. El italiano llegó rápido, como un Tiburón en busca de su presa. Cambió el ritmo y Valverde cedió. La situación entonces comenzaba a cambiar. Con Valverde descolgado, Nibali relevaba con un objetivo claro: el tercer lugar del pódium.
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Con una ventaja aún demasiado escasa, coronaron la cima más alta del Giro. Por delante, Astana y Orica contaban con dos corredores en la fuga. Por el momento, allí debían permanecer hasta el final del descenso.
La bajada, como otras tantas veces en la historia del ciclismo, resultó más decisiva aún que la subida. Lo que ni Dolomitas ni Alpes habían logrado hasta el momento, el descenso del Agnello, una engañosa curva a izquierdas se bastó de conseguirlo en un efímero instante. Una trazada errónea llevaba a Steven Kruijswijk contra un talud de nieve en el margen derecho de la calzada.
Golpeó con su cuerpo en el agreste asfalto y su bicicleta voló una decena de metros hasta finalizar su vuelo. Metros más tarde, Chaves y Nibali, comprendían lo que acababa de ocurrir. Su objetivo, antes el pódium, tomaba ahora un nuevo cariz: ganar el Giro era posible.
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La persecución resultó frenética. Scarponi y Fuglsang de Astana y Howson y Plaza de Orica se dejaban caer de la fuga y ponían en marcha un tren al que nunca más pudo subirse el holandés. Magullado, intentó colaborar con Jungels, Urán y más tarde con Valverde, pero ni sus piernas ni su cabeza estaban ya de su lado. Como su bicicleta, habían quedado en aquella curva.
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El ascenso a Risoul fue poco más que un via crucis propio de los guerreros que nunca se rinden. Descolgado ya de la rueda de Valverde, Majka o Urán, su pedalear era ajeno a la batalla que se libraba por delante.
Un renacido Nibali quebraba las piernas de un Chaves que rozaba ya el rosa en Turín. Lo vistió en meta sí, allí donde Vincenzo dedicó su triunfo de etapa a uno de los niños de su escuela de ciclismo, recientemente atropellado. Esa misma línea de meta que confirmó que el ciclismo es cruel y glorioso a partes iguales. Allí donde Kruijswijk no vistió de rosa. Su traje, era el de gladiador.
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