Salió el arcoíris. Se le esperaba tras una lluvia de segundos puestos y terceros puestos que la victoria en la Gante-Wevelgem no acababa de despejar. Las nubes que se cernían sobre Sagan desaparecían de golpe mientras sus ya depiladas piernas devoraban los adoquines del Paterberg. No había mejor broche al centenario del Tour de Flandes. No había mejor ganador. Caballito en Oudenaarde. Lucía el arcoíris.
El sol lucía en Brujas. Cancellara y Peter Sagan eran los más aplaudidos y también los más buscados. El de Tinkoff -ganador en la Gent-Wevelgem y segundo en el E3 Harelbeke y el Omloop Het Nieuwsblad- y Spartacus -vencedor en la Strade Bianche y protagonista en todas las clásicas de primavera previas- eran los dos máximos candidatos al triunfo. Las apuestas no se equivocarían.
Con Van Avermaet, otro de los grandes nombres, fuera de carrera por una dura caída, una fuga numerosa -con un inconmensurable Imanol Erviti– avanzaba camino del tramo decisivo de la carrera.
38 kilómetros para el final y Sagan comenzaba a escribir “su” guion. Kwiatowski (Team Sky) -quien hacía unas semanas había birlado el triunfo en Harelbeke al de Tinkoff- rompía la prueba y solo Sagan (Tinkoff) y Vanmarcke (Lotto NL-Jumbo) salieron tras él. Por estrategia o por fuerzas, Cancellara pedaleaba ya a contracorriente.
El trío de astros alcanzó con facilidad a los fugados. Su entendimiento era total. Por detrás, Trek y un Etixx de nuevo out, remaban intentando evitar lo inevitable. La diferencia rondaba ya el medio minuto y Sagan pedaleaba con la rabia de quien buscaba reivindicarse. Era inalcanzable.
Habían sido muchas las críticas tras su colección de segundos y terceros puestos y Flandes era el día de contestar, con hechos, todos ellos. Cancellara lo intentó, sin éxito. Allí donde kilómetros antes había empezado a perder la carrera, el suizo ahora buscaba remedio. Su ataque en Oude Kwaremont quedará para el recuerdo. Encabezando un grupo de unas 40 unidades, Cancellara se marchó solo, sin ni siquiera levantarse del sillín: por pura potencia. La retahíla de Etixx –Terpstra, Vandenbergh, Stybar y Boonen– quedaba atrás ante el empuje helvético.
Duelo de egos, también de piernas, que se iba a decidir en el Paterberg, el último muro. Sagan, más rápido que Vanmarcke, ya oteaba al de Trek que, a pasos agigantados, pedaleaba ya a menos de 10 segundos. El suizo era un peligro y el de Tinkoff lo sabía. Sagan arrancó y ahí labró su exhibición. Se marchó, con facilidad y con contundencia, ante un Vanmarcke que ya poco podía hacer más que esperar la llegada de la locomotora suiza.
La batalla estaba servida. Un eslovaco y un suizo pedaleaban con un mismo objetivo, con una misma meta, y separados por tan solo 12 segundos. Dos rodadores, dos fuera de serie, dos héroes. Pero esta vez, salió el arcoíris.
Caballito en meta, honores para Sagan y aplausos para un Cancellara que ante la respetuosa mirada de un emocionado Vanmarcke, se despedía de su carrera. Erviti, enorme, en altura y en rendimiento, era séptimo.
Todo, el día que salió el arcoíris.