Escuché una vez que ser de Valverde era como ser del Atlético de Madrid. Quizás no haga falta ir tan lejos. No haga falta sufrir tanto. Pero es imposible evitar la pregunta: ¿Por qué ser “valverdista”?
Alejandro Valverde lleva 13 años en la élite del ciclismo profesional. La Vuelta del 2003 fue la de su destape. Tercero en la general final y vencedor en dos etapas, su triunfo en la Pandera queda aún hoy como una de esas genialidades difíciles de olvidar. Esos momentos que hacen afición. En una España que vibraba al ritmo de los latidos de Roberto Heras, un envalentonado murciano de 23 años arriesgaba, volaba y cazaba al bejarano y a un vigilante Félix Cárdenas. Alejandro se la jugó. Un pequeño descenso, una curva a la derecha y Valverde sorprendía a propios y extraños. Dos experimentados escaladores acababan de ver, en primera persona, a uno de los ciclistas más espectaculares de los últimos tiempos.
La Pandera solo fue el principio. El comienzo de una retahíla de lugares y de victorias. El triunfo ante Armstrong en Courchevel, su espectacular sprint en el Morredero para derrotar a un exhausto Vinokourov y aquel grito de rabia en lo alto de Cadoudal. Para el recuerdo su remontada en la lluvia de aquella Pandera donde todo comenzó, sus sprints en Ans, sus demarrajes en Huy y sus lágrimas en Peyragudes. Capaz de resarcirse de un amargo cuarto puesto en Francia con una memorable actuación en San Sebastián. Conquistador del Ventoux a base de rabia y coraje, vencedor de dos Dauphinés y perseguidor de cada uno de sus sueños.
Capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de perder una Vuelta en un descenso, por un chubasquero o por un abanico. Lastrado por las caídas en Francia: por esa clavícula fracturada en 2006 camino de Valkenburg o por esa que frenó un Tour 2008 que parecía el suyo. Capaz de ceder un pódium que acariciaba en 2014 o de ser doblado por un escalador como Rasmussen en la contrarreloj de Albi en 2007. Condenado a siempre ser ese “casi” en los mundiales. Llamado siempre al oro pero siempre detrás de otro. En 2003 Astarloa, en 2005 Bonnen, en 2006 Bettini, en 2012 Glbert, en 2013 Rui Costa y en 2014 Kwiatowski. Ellos oro. Valverde plata o bronce.
Y sí. Eso es lo peor. Un segundo puesto en la Vuelta 2006, un quinto lugar en 2008 y otra segunda posición en 2012. Cinco top-ten en el Tour de Francia, dos platas y cuatro bronces mundialistas. Eso es lo peor. Bendita mala suerte y bendito castigo. Lo malo le convierte en bueno. Lo mejor le convierte en leyenda: pódium en el Tour de Francia 2015, único corredor español vencedor en Lieja y vencedor de la Vuelta a España. Eso solo es el resumen. Su capacidad para vencer es evidente, pero sus cualidades para realizar exhibiciones como las de hace unos días en Andalucía son innegables. ¡Qué bueno tenerte Alejandro!