Los campos malvas de la Provenza lo observan aún extasiados. Incrédulos, rinden pleitesía al Rey. Desde abajo lo observan. Lo miran temerosos porque no puede mirarse de otra forma. Él se muestra natural, como tal, directo, de tú a tú. Su cima parece inexpugnable. Inexpugnable para los humanos, inexpugnable para la vegetación. Ni un árbol, ni un arbusto se atreve a poblar los últimos metros de la ascensión.
Sobre el Mont Ventoux se cierne un aura de misticismo. No es una montaña normal: ya lo dijo Petrarca. Precursor del renacimiento, el humanista italiano habría ascendido a la cima provenzal un 26 de abril de 1336, acompañado de su hermano y de dos sirvientes. Lo hizo simplemente por disfrute, para deleite de sus sentidos.
Su dureza y el paradigmático escenario llamaron la atención y la curiosidad de muchos. El Tour fue otra víctima de su misticismo. Sus rampas tampoco eran algo trivial. 22 km al 8 % imponen, más aún cuando los últimos 15 tienen una media del 10 %. Impactante cuanto menos. El viento, como dicta su nombre, suele, por si fuera poco, endurecer aún más la ascensión. Rachas de más de 70 km/h, por lo general en contra, golpean las zonas más altas y abiertas del monte lunar.
Su debut en el año 1951 encandiló a la organización y a los espectadores. El Tour había encontrado un nuevo filón, un nuevo mito. Durante los 50 lo explotó, quizá en demasía. Cuatro apariciones (1951, 1952, 1955 y 1958) sirvieron al Tour para encumbrar al coloso provenzal a los olimpos del ciclismo.
En su cima vencieron Gaul (1958), Bobet (1955) y también Raymond Poulidor. El “mejor perdedor” de la historia logró en el año 1965 una prestigiosa que adorna un palmarés plagado de segundos y terceros puestos.
La siguiente aparición, en 1967, fue, desgraciadamente, una de las más recordadas. Mientras el holandés Jan Janssen lograba en Carpentras (Julio Jimenez coronó en primer lugar el Mont Ventoux) una de las victorias más prestigiosas de su carrera, otra carrera, otra vida, se apagaba en las laderas de la impasible montaña. Tom Simpson, el británico que en 1965 se había coronado como campeón del mundo, perecía en la carretera. Las altas temperaturas y sobre todo, la ingesta de anfetaminas y alcohol, le habían provocado una insuficiencia cardiaca metros después de intentar un demarraje. Allí fallecería, segundos después de pronunciar sus ya legendarias últimas palabras: “Subidme a mi bicicleta”.
El hecho golpeó a todo el pelotón. Un monumento se erigió en el lugar del fallecimiento. Allí se descubriría Eddy Merckx en su apabullante victoria de 1970. Su triunfo fue incontestable. Enrabietado, con más ansia que nunca, “el Cannibal” se lanzó aún en la zona con vegetación hacia una exhibición aún hoy sin parangón.
Con la llegada del nuevo milenio, el Ventoux vuelve a protagonizar una de las escenas más recordadas de la ronda gala. Un rabioso Marco Pantani busca un triunfo de etapa que encumbre un triste Tour. Arranca una y otra vez pero a su rueda siempre marcha Armstrong. El tejano, con un insultante dominio persigue al italiano. Lo que pudo haber sido uno de los duelos dorados del ciclismo, acabó siendo un teatro, un vulgar melodrama.
El robot americano, años después arrojado a los infiernos, “regala” la etapa a Pantani. Y lo hace de una forma nada elegante, con unas declaraciones ya legendarias: “No me aportaba nada ganar la etapa. A Pantani le hacía más falta”.
Años después, Alejandro Valverde y Sylvester Symzd, protagonizarían un fin similar, pero una trama bien distinta en la cima provenzal, esta vez en el Dauphiné. El mini-Tour, disputado cada año en la primera semana de junio, es también asidua visitante del monte lunar. En 2009, quizás vivió uno de sus momentos más álgidos. Un Valverde, alejado en la general tras una nefasta contrarreloj, arranca a más de 13 km de la cima. Su ataque, no obtuvo respuesta. Su pedaleo parecía de otra galaxia. Sobrepasó a quienes encontró a su paso. Por delante marchaba Symzd. El polaco, entonces en filas del Liquigas, quería la etapa y Valverde, según avanzaba la subida, parecía ambicionar algo más. La compenetración era máxima y el acuerdo total. Symzd vencía la etapa y Valverde se colocaba líder.
En 2013, y de nuevo en el Tour, el Mont Ventoux volvió a protagonizar uno de esos momentos dignos de mención. En aquel caluroso día de julio, un maillot amarillo ambicionaba reafirmar su liderazgo en la cima provenzal. Chris Froome, con todo un Sky detrás, caminaba sonriente y confiado. Contador, Kreuziger, Mollema o Valverde parecían ser sus principales rivales. A falta de 8 km, unas piernas colombianas, aún jóvenes, ambicionaban un triunfo nada compatible con las ganas de Froome. Nairo Quintana, quien ya había protagonizado ataques en Balés y en Horquette d´Ancizan durante el paso de la carrera por Pirineos, probaba nuevamente fortuna. Su ataque, al igual que el de Valverde en 2009, no encontraba respuesta.
Nairo se marchaba solo por delante, mientras el Sky continuaba mandando en el grupo. Richie Porte, fiel gregario del británico, marcaba el ritmo. La velocidad siempre in crescendo comenzó paulatinamente a hacer mella en el pelotón. Solo Contador y Kreuziger, podían, a duras penas seguir el ritmo de los dos hombres del Sky. Quintana, con unos 35 segundos de ventaja acariciaba el triunfo a falta de 4 km. Alcanzarlo o no dependía únicamente de Froome y de sus ansias por ganar. El británico anhelaba ganar y anhelaba hacerlo de una forma autoritaria.
Froome atacó. Gritó a Porte, le pidió paso y se marchó solo. Su cadencia y sus casi 100 pedaladas por minuto son ya parte de la historia del ciclismo. Sobre su Pinarello, Froome voló hacia Quintana. Lo atrapó y lo devoró sin parangón. Gritó en la cima y con su victoria cimentó aun más un triunfo, que a punto estuvo sin embargo de birlarle un Nairo Quintana, que aquel día apenas podía respirar al cruzar la línea de meta.
Estas son historias del Ventoux. Historias de un romance. El Tour y el Ventoux. El Ventoux y el Tour. Hoy en día resulta imposible comprender uno sin el otro. Visitas continuadas y resultados siempre espectaculares. Con ese mismo objetivo, la Grand Boucle vuelve al “monte lunar” en el próximo Tour de 2016. Será como siempre una etapa unipuerto. El Ventoux se poblará de miles y miles de espectadores con motivo de la fiesta nacional francesa. Lo que ocurra en el 14 de julio de 2016 es a día de hoy una total incógnita. Pero lo que es seguro, es que “un hombre, aún desconocido, conquistará la luna”