Desaparecido desde 2006, uno de los históricos alpinos regresa al Tour. Las verdes praderas vuelven a vestirse de gala, a llenarse de gente, a vibrar con el fervor popular. Lo que desde hace diez años era territorio cicloturista (y de otras carreras menores como Dauphiné), vuelve a ser patrimonio mundial. Las cámaras y sus objetivos volverán a mostrar sus rampas y su bello paisaje. La leyenda se desempolva, la magia se viste de gala. El Joux Plane vuelve al Tour.
Su nombre y el de Morzine parecen por siempre ligados. La presencia de uno remite directamente a la del otro, no en vano, en las once visitas de la ronda gala, la etapa concluyó en la localidad alpina. 2016 no será una excepción. La última etapa, la que acabará por dilucidar al ganador de la próxima edición, partirá de Megéve y concluirá, como no podía ser de otra manera en Morzine. Por el camino, Aravis, Colombiere, Ramaz, y por último Joux Plane. Cuatro colosos alpinos para cerrar la prueba antes del tradicional paseo en París.
El Tour regresa así a uno de esos escenarios de los que quizás nunca debiera haberse marchado. Sustituido por otros puertos de reciente aparición, el Joux Plane recoge en su haber varias de las historias más legendarias de la historia más reciente de la Grand Boucle. Sus rampas asustan y amedrentan. 12 km al 8,5 % han causado estragos en los capos del pelotón.
Fignon en 1983 fue el primero en sufrir en sus carnes la dureza de su orografía. Con un trazado sinuoso y una regularidad que asusta, durante toda su extensión es raro ver vegetación a pesar de su “baja altitud”. En aquella ocasión, la de 1983, el trazado de decimoctava etapa sencillamente era temible: Glandon, Madeleine, Aravis, Colombiere, Chatillon y Joux Plane. 250 km de etapa y más de 5500 m de desnivel. Ciclismo de otra época lo llaman algunos, ciclismo de leyenda prefieren denominarlo otros.
Aquel día Fignon, debutante ese año en el Tour, vestía de amarillo. Era el ídolo de una afición, la francesa, que ante la ausencia de Hinault, anhelaba otro campeón. Sus gafas y su coleta le valieron el apodo de “El Profesor” y así se presentó a esta etapa. Con cierta ventaja sobre sus perseguidores, el parisino afrontó una de las jornadas más duras que se recuerdan en la historia reciente del Tour. Ya en el segundo puerto de la jornada, la Madeleine, sus rivales lanzaban ya los primeros ataques. Allí, una docena de corredores, entre los que se encontraban Ángel Arroyo y Stephen Roche, sus principales contendientes, se marchaban por delante.
El maillot amarillo, por detrás, se escudaba en su equipo. Apoyándose en sus compañeros, llegó a pie de puerto. Solo restaba el Joux Plane y el parisino debía recortar tiempo. Peter Winnen, su más inmediato perseguidor marchaba por delante. Fignon, en un alarde de coraje aceleró en el coloso alpino y exhausto, logró coronar junto a su rival. El esfuerzo valió la pena y tan solo tres días más tarde se proclamó ganador del Tour de Francia, por primera vez.
En el Tour de Francia del 2000, otro líder, otro maillot amarillo tuvo su particular via-crucis en el coloso alpino. Lance Armstrong venía de dejar vencer a Marco Pantani en el Mont Ventoux. El italiano, vencedor en Courchevel no olvidaba, y enrabietado por las palabras del americano, lo dejó claro en la salida: “durante lo que queda de Tour romperé la carrera desde el inicio y si hace falta lo haré solo”. Su ataque no se dejó esperar. A 120 kilómtros de meta, en Saisies, el primer puerto de la jornada, Pantani arrancaba con una fuerza inusitada. Tras él, salieron Virenque, Heras y también Ulrich. El alemán, segundo de la general, cambiaba el ritmo. Armstrong, ataviado con el maillot de líder debía responder. El grupo tirado por los hombres del US Postal no dejaba marchar al italiano y al alemán. El movimiento de ambos no había “cuajado”, pero el daño ya estaba hecho. Un Armstrong derrotado se dejaba ya tiempo al inicio de la subida y a duras penas vislumbraba a lo lejos la figura de sus rivales en las rampas de la Joux Plane. La diferencia iba in crescendo y Armstrong debía recortar. El tejano sufrió y por un momento nos pareció ser humano, el problema es que años después hemos visto que ninguno lo era verdaderamente.
2006 fue su última aparición. Aquel día, Landis, quien había sufrido el día anterior un terrible batacazo camino de la Toussire, había atacado cuando aún restaban más de 100 kilómetros para la meta. Lo hacía solo, sin nada que perder y sembrando la admiración en cuantos aquel día nos sentábamos frente al televisor. Su ataque recordaba al de Pantani. Sus ganas de vencer, de redimirse de su crisis la jornada anterior emocionaban a cualquiera. Una pena, que lo que en su momento fuera una legendaria jornada, un legendario Tour, una legendaria batalla entre Landis y Pereiro, no fuera más que una pantomima farmacéutica.
El ciclismo ha cambiado mucho desde entonces. Más controles, más realismo y desgraciadamente en ocasiones menos fervor. Una pasión tantas veces defraudada por intercambios sanguíneos y que solo aquellas que la han engrandecido pueden resurgir: las montañas. Bienvenidas sean pues. ¡Bienvenido otra vez Joux Plane!