Cuán difícil es calificar a Alejandro Valverde con un solo adjetivo. Cazaetapas, llegador, clasicómano, escalador, vueltómano… Polivalente. Así es Alejandro Valverde. Capaz de ganar una contrarreloj ante especialistas como Cadel Evans o Levi Leipheimer (Dauphine 2008) o de realizar exhibiciones en la alta montaña (en la memoria quedan ya su ascensión al Mont Ventoux en el Dauphine de 2009, su larga cabalgada camino de Peyragudes en el Tour de 2011 o sus victorias en Morredero, La Pandera o La Gallina), periodistas, corredores y directores coinciden en definirle como un hombre polivalente.
Las clásicas de las Ardenas le han deparado año tras año sus mejores resultados. Amstel, Flecha y Lieja han sido históricamente su apuesta más segura. Con la siempre esquiva ilusión del Tour, Abril ha permanecido siempre fiel al murciano. Tres victorias en la Liege-Bastogne-Liege, “La Decana de las Clásicas”, otras tres en Huy y tres pódiums en la “clásica de la cerveza” –segundo en 2015 y 2013 y tercero en 2008– es un bagaje más que prestigioso.
Rampas imposibles en estrechas carreteras son un ecosistema en los que el murciano siempre ha funcionado. Este 2016, el líder de Movistar pretende incluir un nuevo ingrediente a este explosivo cóctel: el pavés. Tras sus buenas actuaciones en 2014, participando en E3 Harelbeke y en A Travers la Flandre, con el objetivo de aclimatarse al adoquín que iba a incluirse ese año en el Tour, Alejandro se planteó ya el año pasado probar fortuna en las clásicas del adoquín. El riesgo siempre enorme en este tipo de carreras y la existencia de otros objetivos relativamente cerca (Vuelta al País Vasco, Amstel Gold Race, Flecha Valona, Liege-Bastogne-Liege…) frenaron su ímpetu.
Hubo que esperar tan solo unos meses más para ver como las pedaladas del murciano volvían a resultar botosas, a resultar empedradas. El recorrido de la cuarta etapa de la ronda gala incluía algún tramo de pavés y una buena actuación sería, sin duda, un revulsivo para cualquiera que aventurara asaltar la general. Alejandro brilló aquel día. Siempre a la rueda de los mejores especialistas y pendiente de cualquier movimiento que pudiera realizar un corajudo Nibali. El del Movistar, permanentemente en cabeza, llegó en el grupo de cabeza.
Los resultados ni mucho menos eran fruto de la casualidad. Valverde, siempre habilidoso en los descensos, era querido por el pavés. Esa superficie que solo engrandece a quien quiere. Ese adoquín que solo permite triunfar al afortunado. A ese que en 2016 puede ser Valverde. Con una ilusión inusitada en un corredor de su veteranía, el murciano afrontará su primera participación en el Tour de Flandes, días antes, eso sí, de participar nuevamente en E3 Harelbeke y en A Travers la Flandre. El murciano acudirá con el objetivo de aprender pero sin ponerse límites. Al fin y al cabo hay que soñar, al fin y al cabo es Valverde.