30 de mayo de 2015. El champagne aguarda a ser descorchado en el lujoso hotel que acogerá a la escuadra de Oleg Tinkoff. El Giro ya tiene nombre y apellidos: Don Alberto Contador. Su soberbia contrarreloj y actuaciones como las de Mortirolo, le hacen llegar a la última jornada de montaña con más de cinco minutos sobre la dupla celeste de Astaná. Landa y Aru, o mejor dicho, Aru y Landa, lo habían probado de todas las formas posibles, y aún así, todas sus tentativas habían recibido la misma respuesta: un Contador infatigable y capaz de realizar exhibiciones en cualquier tipo de terreno. Madonna di Campiglio, Mortirolo o Cervinia no habían servido para humanizar a un Alberto cada vez más extraterrestre, cada vez más pegado al asfalto, cada vez más alejado de los terrícolas…de la Tierra..
La tierra. El sterrato. Esa superficie que, aún con la innegable presencia de la tecnología, evoca cierto aura de misticismo, un aroma a añejo, un sabor a ciclismo de leyenda. Ese ciclismo de los ataques lejanos, de las aceleraciones sin mirar atrás, de los valientes, de aquellos que, aún a sabiendas de conocer lo imposible de su objetivo, lo dan todo para alcanzarlo. Allí las bicicletas no deslizan igual. Las piernas son, si cabe, más trascendentales y las ganas…las ganas son lo primordial.
Afrontar un tramo con ese piso (tal y como ocurre en carreras como la L´Eroica o la Tro Bro León), es sin duda la perfecta conjugación de técnica y fuerza. Por llano que sea, la tensión y la dificultad para hacer avanzar la bicicleta son más que palpables. Afrontar algo así, durante casi 20 km al 9 % es ya otro nivel. La Colle delle Finestre es cada día visitada por centenares de ciclistas y curiososo. Algunos acuden por sus rampas, otros por el singular entorno en el que se sitúa, pero todos, concienciados de por qué es historia viva del ciclismo.
Conocido por muchos como el infierno terrestre, fue allí donde aquella jornada un joven vasco, nacido en Murguía (Álava), ponía “tierra de por medio” con el resto de los mal llamados aquel día “escaladores”. El Giro se acababa y no parecía tener mal final para la joven promesa española. Dos etapas y un tercer puesto final, prácticamente asegurado ya, era el botín de la perla alavesa. Había corrido con valentía, con ganas y con el descaro que solo da la juventud. Debía estar satisfecho, aprender de esta experiencia y continuar creciendo. Al menos eso decían los entendidos.
Pero no. Eso no bastaba. Eso no saciaba su soñadora imaginación. Eso no convencía ni a su mente ni a sus piernas. Se sabía fuerte y se sabía, por qué no decirlo también, supeditado a Fabio Aru. El sardo era el líder de los kazajos y de eso no había duda. Si alguien debía ganar este Giro debía ser él y no Landa. Poco importaba que el español hubiera demostrado ser el único capaz de seguir a Alberto Contador en la montaña. Poco importaba que fueran las piernas de Landa las únicas capaces de voltear este Giro. Poco importaba todo eso para el equipo y poco importó todo eso para Landa.
A falta de casi 40 km, lo que debía ser un ritmo uniforme y constante de cara a un posterior ataque de su compañero italiano se fue envenenando cada vez más y más. La velocidad comenzaba poco a poco a no ser asequible para el resto de los mortales. Un ataque progresivo, de esos que hace daño y sin mirar atrás. Fueron cayendo uno tras otro. Urán, Kruijswijk, Intxausti, Hesjedal, y en cierto momento Aru. Su compañero se abría, ante la imposibilidad de seguir el ritmo de la promesa, a cada kilómetro más confirmada. Con él, aguardaba también un Alberto Contador, que dadas las exhibiciones de los últimos días, parecía querer hacer alarde de una insólita frialdad.
Los kilómetros pasaban y Landa marchaba solo por delante. Las cosas sin embargo, pronto cambiaban atrás. La idea de que lo de Contador fuera más que una estrategia de carrera cobraba cada vez más fuerza. El pinteño era ya el último de su grupo y la ruptura era inminente. Kangert marchaba por delante de él. El estonio de Astaná actuó en consonancia. Voluntariamente o no, cedía del grupo de los mejores, arrastrando así al corredor madrileño. Lo que Contador más tarde de denominar “deshidratación”, era la primera muestra de debilidad del líder del Tinkoff en toda la corsa italiana. El hueco no obstante, no parecía para nada preocupante, al menos por el momento.
Landa marchaba solo, en busca de un Zakarin que andaba escapado. Su estrategia era sin duda la más simple, y por qué no decirlo, la más efectiva: pedalear lo más rápido posible siempre. Lo que ocurriese después vendría después como el mismo dijo al acabar la etapa. En ese momento solo importaba pedalear y amigos, Landa lo hizo genial. Voló literalmente en los últimos kilómetros de Finestre. Majestuoso, coronó vestido de celeste la cima Coppi del Giro y se lanzó así en un descenso, tan suicida como emocionante.
La diferencia con Contador ya era importante. Más de 2 minutos en apenas cinco kilómetros de subida. El líder marchaba solo y apajarado, y eso Landa lo sabía. Era su momento. La ocasión perfecta de hacer historia, o al menos de intentarlo. De poner todas las fuerzas y las ganas posibles en ello. Landa lo sabía y sabía que lo estaba haciendo. Los planes que iba gestionando en su cabeza se iban cumpliendo. Un terreno pestoso y una última subida tan tendida como pajarera podían catapultarle a la maglia rosa si la sangría de tiempo que se estaba dejando Alberto Contador continuaba aumentando.
Landa soñaba. Soñaba con un rosa, con un maillot, con hacer leyenda. Pero mientras lo hacía, mientras se empezaba a teñir de magenta, mientras comenzaba a imaginarse ya ataviado con esa maglia de líder, fue despertado. Las órdenes de equipo eran claras: “Da igual como vayas de fuerzas Mikel y si puedes ganar o no el Giro. Nuestra opción es Fabio, así que espérale y ponte a tirar de él. Podemos ganar la etapa y poner en riesgo el liderato de Alberto también con él”. Martinelli, su director, no podía ser más transparente y a la vez no podía ser más cruel. La ilusión de un valiente quedaba lastrada por la encabezonada actitud de un equipo, que “dejó de ganar” una carrera, simplemente por el hecho de no elegir bien con quien intentar el triunfo.
Landa fue cazado por el grupo de Aru y contribuyó a la victoria del sardo en la cima de Sestriere, pero sobretodo, contribuyó en gran medida a hacer grande, a hacer enorme, al más puro ciclismo de leyenda.