Emoción, épica y espectáculo. Tres palabras que mejor que cualquier otra definen lo vivido hoy en Andorra, en tan solo 138 kilómetros. Más de 5000 m de desnivel por el camino. 6 puertos de montaña, cuatro de ellos de primera, uno de categoría especial y uno de segunda. Para colmo, un cambio de temperatura acechaba. Frío, niebla y lluvia. Purito había sido el arquitecto de tal maldad, una maldad que bien podría haber sido el escenario de la locura de cualquier obseso de las pendientes, una maldad maldita, una maldad llamada a maldecir.
Pronto, muy pronto maldijo a Froome. El británico caía antes incluso de vislumbrar la primera de las rampas. Una curva, un guardarraíl de madera y su maillot negro raspaba el siempre duro asfalto. Muecas de dolor y vista al frente. Así pedaleaba segundos después Froome. Se levantó rápido, como queriendo seguir siendo actor principal de la carrera que le vio nacer. Por delante, el pelotón más roto y resquebrajado que nunca en esta Vuelta, trepaba por las rugosas rampas de la Collada Beixalís. Los pretendientes para la fuga se paseaban por las primeras posiciones del pelotón como si de un pase de modelos se tratara. El vestido de lunares de Fraile causaba furor y parecía estar siempre en primera fila. El resto lo miraban con deseo, pero sin ni siquiera inmutar el descaro del vizcaíno.
Froome luchaba por contactar con toda una escuadra volcada mientras Omar Fraile buscaba tejer una red que le permitiera coronar en cabeza el primer alto. Lo hacía y lo hacía con una maestría digna de los más experimentados modistas de la alta montaña. Entonces descenso, bajada, peligrosa y mojada. Froome arriesga y por delante se para. El británico entra y la calma reina en un pelotón atenazado ante las montañas que rodean su pedalear.
Por delante ya no son cinco los que marchan. A los Atapuma, Sicard, Oliveira, Coppel y Fraile se suman otros pretendientes para protagonizar una jornada histórica: Erviti, Javi Moreno, Alberto Losada, Carlos Verona, Poljanski, Landa, Boswell, Plaza, Howes o Montaguti. Una fuga de 19 hombres. 38 piernas moviéndose juntas pero a diferente compás. Unos pensando en un triunfo que le alzara a los altares del ciclismo, otros con la mente puesta en lo que podría acontecer por detrás, y uno, vizcaíno él y con una casta inconmensurable, con la vista en unos lunares azules.
Por detrás el parón era mayúsculo. La calma se establecía en un grupo tirado por unos Sky, que parecían querer esperar el momento perfecto. Plaza coronaba primero Ordino y Fraile, al acecho, lo hacía segundo. Descenso rápido este. Y rápido lo hacía Erviti. El de Movistar volaba y volaba ahora solo, abriendo hueco con el resto. Su hueco le bastaba para coronar primero La Rabassa. Segundo volvía a ser Fraile, mientras las miradas era lo único que acontecía en un pelotón que aguardaba el despertar de la maquinaría inglesa del Sky.
Y así llegó la Gallina. El primer puerto de categoría especial de esta Vuelta a España 2015. En sus rampas llegó la lluvia, la lluvia azulina que tiño de celeste el pelotón. Borró el negro, lo hundió. Hundió a Froome, lo borró. El de Nairobi buscaba en la cadencia el ritmo de otras veces, pero hoy no era el día. 43 kilómetros en solitario eran demasiado para que Froominator estuviera ya echando cuentas. Su ritmo ya no era de otro planeta. La caída le había hecho humano. A ratos, cuenta la leyenda que le vimos incluso atrancado, atenazado y sin poder seguir el ritmo sus fieles Geraint Thomas y Vasil Kiryenka. Mientras, el celeste era cada vez más intenso. Cataldo, Luisle y Diego Rosa marcaban un ritmo que hacía incluso sufrir a Dumoulin. El grupo parecía resquebrarse en cada herradura al tiempo que Froome decía adiós a sus opciones de suceder a Hinault y Anquetil logrando un doblete histórico.
Por delante, Fraile daba unas cuantas puntadas de más a su coqueto traje de lunares al coronar en primera posición La Gallina. A algo más de tres minutos pasaban los Astaná y a más de 6 un Froome que marchaba en solitario, apesadumbrado pero siempre con la idea de, al menos, acabar la etapa. El descenso fue rápido, rápido como pocos y técnico como ninguno. Valverde volvió a volar como ya hizo en el Tour y a su rueda se marchó un Purito que si bien no vuela tan bien, volaba por territorio conocido. Se formó entonces un peligroso corte. Ambos contactaron con Losada, Dani Moreno e Inmanol Erviti. Los 5, a relevos, sacaban tiempo tanto al grupo de Aru, Quintana y Chaves como a un nervioso Dumoulin que parecía dejarse sus opciones en el descenso.
La distancia del holandés con la ofensiva española rozó el minuto. La soledad acechaba a un Tom que sin quererlo ni buscarlo encontró aliados. Un Pozzovivo implicadísimo y un correoso Mikel Nieve lo dieron todo en la persecución y solucionaron una papeleta que se antojaba definitiva para las aspiraciones de Dumoulin. Y así se comenzó la Comella (2ª). Allí, Omar Fraile dijo basta y se desentendió de la marcha de un quinteto que marchaba por delante. Landa, Boswell, Oliveira, Poljanski y Sicard coronaron el alto sin novedad, tal y como lo hicieron los favoritos. La subida final se avistaba desde la cima y el miedo era unánime para todos.
Els Cortals d´Encamp era la meta. El lugar previsto para que el más fuerte de la carrera diera un golpe de efecto en una etapa que quedará para el recuerdo. Landa lo hizo por delante y Aru lo hizo por detrás. Los Astaná lo hicieron, a la par, al unísono, como si su descoordinación táctica estuviera casi planificada. Solo Purito y Dani Moreno seguían la rueda del italiano mientras las pájaras de Nairo hundían las opciones del colombiano. Perdiendo tiempo viajaba la dupla Nieve-Majka y algo más atrás Chaves, Valverde y el líder Dumoulin. Los mazazos eran incesantes y esquivarlos era todo un privilegio y una habilidad. A Nairo le dio de lleno y Alejandro tuvo que tirar de experiencia para no perder más que cinco segundos en meta con el líder Dumoulin.
Ajeno a todo esto y con la única fijación que la de hacer trizas la carrera, volvió a arrancar Fabio Aru. Lo hizo más fuerte que lo hizo para irse solo. Sin mirar atrás, sin pensar, simplemente con el corazón. Purito y Dani ni siquiera salieron en su búsqueda. Sus pedaladas estaban impulsadas por la ilusión, la ilusión de un joven tímido, de mejillas sonrojadas, y hoy también, de maillot enrojecido. Porque así vestirá mañana camino de Lleida Fabio Aru, con el maillot rojo de líder. No de rojo, pero sí igual de sonriente dormirá hoy Mikel Landa. Con la mirada de un rebelde y el descaro de un joven, el vasco entraba en meta victorioso, con la determinación que le faltó en el Giro y consciente de haber hecho lo que tenía que hacer.
Detrás lo hizo Aru, quien confudido, no acababa de convencer como su propio compañero no había decidido esperarle en los últimos kilómetros de ascensión con la victoria ya asegurada. Le siguieron Purito y Dani Moreno, a 36 segundos del italiano. Perdiendo 1’35» entró un Dumoulin que sale vivo de una jornada que amenazaba con asestarle una puñalada mortal que le privara de resurgir en Burgos. Con él entró Chaves y cinco después un Alejandro Valverde que esta vez sí, notó el cansancio del Tour, notó que el ciclismo es cada día más humano, y que los humanos, a juzgar por etapas como las de hoy, deberíamos ser cada día, más ciclismo.