ERASE UNA VEZ, en un reino muy, muy lejano conocido como la Galia, vivía un rey llamado Christian Prudhomme que todos los años convocaba en el mes de Julio a los más valientes y mejores caballeros del mundo para batirse en duelo con el fin de hacerse con el cetro amarillo a lomos de sus fieles corceles. Para ello siempre deberían enfrentarse a los más temibles gigantes, y derrotándolos uno a uno para que finalmente quedara un solo vencedor.
En el año 2008, de entre todos esos caballeros se coló un pequeño Sastre de Ávila, humilde y trabajador, que con constancia y esfuerzo acabó logrando que su nombre retumbara entre los más grandes. A pesar de sus muchos reveses y golpes que le dio la vida, él siguió PEdaLEANDO, para conseguir que lo que en un principio fue matar siete moscas de un golpe al final se acabara convirtiendo en acabar con un gran gigante.
En ese año fueron 17 las grandes moles que todos esos caballeros tuvieron que dejar atrás. Algunos tan conocidos como Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Hautacam, Col de Agnel, Galibier, Croix de Fer y para finalizar el temido y casi insuperable Alpe d´Huez.
Después de 17 días de torneo llegó el momento decisivo. El día en que los supervivientes tendrían que enfrentarse a esos últimos despiadados gigantes. En primer lugar abordarían el interminable y cima del reino, Galibier, después juntos deberían hacer de tripas corazón para superar a la Cruz de Hierro, y como su propio nombre indica, este Hierro es de todo menos blando. Y como postre deberían tumbar al histórico y de dimensiones inigualables Alpe d´Huez.
Ese día, un 23 de Julio, el caballero favorito para hacerse con la preciada recompensa amarilla era un luxemburgués, Frank Schelck, el cual después de todos los días de torneo, llevaba la mejor posición también debido a la ayuda de otro de los grandes caballeros que era su propio hermano Andy. Pero los otros dos grandes nombres en quienes todos ponían sus miradas para que fueran quienes pudiesen acabar con los tres súper gigantes del día eran un ruso, Denis Menchov y un australiano, Cadel Evans.
Todos los caballeros llegaron unidos a los pies del último gran coloso. Alpe d´Huez miraba desde arriba, desde el cielo, incrédulo ante la osadía de todos aquellos hombres de carne y hueso, que parecían tan frágiles subidos en aquellas monturas de hierro. Lo previsible es que todos ellos permanecieran juntos durante buena parte de la conquista del último gran titán de aquella edición, pero no contaban con el valiente Sastrecillo.
Ese Sastre, siempre se caracterizó por no seguir los patrones no escritos, por moverse por sus intuiciones y fuerzas y no hacer caso de lo que le dijeran una “patraña de niñatos”, si no que él, que ya llevaba mucho tiempo luchando por si mismo contra esos gigantes y otros mucho peores, con los que había aprendido que más vale maña que fuerza y que se está muchas veces mejor solo que mal acompañado. Y haciendo caso de esa filosofía, su filosofía, ese día no pudo por menos que volverla a llevar a cabo.
Nada más comenzar los primeros envites hacia el tremebundo último titán, el Sastre abulense lanzó un espadazo en forma de pedalada que en cuanto alcanzó el cuerpo de su rival, quedo evidente que era mortal por necesidad. 13,3 kilómetros quedaban hasta el final de ese gran rival, muchos eran sus “compañeros” caballeros los que pugnaban con él por hacerse con la victoria del gran torneo, pero él siendo, otra vez, el más valiente y el más listo se hizo con lo que todos los demás soñaban en ese momento. 13,3 kilómetros de infierno, 13,3 kilómetros para la gloria. El Sastrecillo tenía por delante 21 curvas que derrotar, tenía muchas rampas que superar, pero contaba con la ayuda de un ángel que años atrás había subido al cielo y que ante esos gigantes era el gran conquistador, un tal Chava.
Como decía al principio, el Sastre era humilde y trabajador, prueba evidente es que durante los 16 días anteriores no le importó luchar codo con codo con los que se suponía que eran sus amigos dentro de tanto candidato a la victoria, los hermanos Schleck, los cuales ese mismo día hicieron de todo menos devolverle el favor. El Sastre había conseguido todo siempre con constancia y esfuerzo, siempre fue un fiel escudero de otros, trabajo sin esconderse nada durante muchas ocasiones para aquellos que en otros momentos habían llevado los galones de grandes caballeros, pero el poco a poco consiguió por sí mismo esos galones y por fin le llegó el momento que durante tantos años había ansiado que apareciera.
Realmente fueron dos los envites que lanzó ese día. En el primero, el ruso Menchov aguantó detrás de él, protegiéndose de los zarpazos que soltaba aquel titán que tenían delante, todos los demás jinetes aguantaban como podían por detrás, incluso pareciendo en un determinado momento que podrían llegar a darle alcance. Así, hasta que llegamos al punto sin retorno de 12,5 kilómetros para la línea de meta donde ya soltó la última y verdadera lanzada, a la que ya nadie pudo responder. Se marchó solo, el ruso solo pudo mirar como se alejaba. Así fueron pasando las curvas de herradura. Herraduras que no llevaba su fiel corcel, quizás por ello ese día iban tan ligeros los dos, los tres. La diferencia iba aumentando. 15 segundos. 20 segundos. Ya casi 25. El punto clave eran los 49 segundos que tenía de desventaja con su compañero y a la postre rival Frank Schelck.
Pero el ángel que tenía el Sastrecillo hacía mucho más que cualquier hermano, que cualquier gran caballero, que cualquier gigante…
Los metros fueron pasando, y los 49 segundos llegaron y se fueron, la diferencia siguió en aumento. La respiración como siempre controlada y acompasada. Se pasó por la curva más famosa del puerto, esa en la que los holandeses dan color naranja a una gran fiesta llamada CICLISMO. Muchos de los que allí estaban apenas se enteraron de que había pasado un pequeñito y muy gran Sastre, otros quedaron callados y se preguntaron: “¿habrá pasado un ángel?”. A 5 kilómetros ya estaba todo el pescado vendido, o mejor dicho toda la tela cortada. El Sastrecillo se iba a coronar ante el gran coloso del torneo, pero aún así tenía que seguir luchando, pasito a paso, pedalada a pedalada para que el verdadero premio del torneo, el cetro amarillo fuera para él.
¿Quién nadie mejor que él para llevarlo? Él era todo honestidad y verdad. Habían sido tiempos de confusión y oscuridad en el mundo de los torneos en bicicleta, y él representaba luz y cambio. Todos estaban con él. Y más de la manera en que lo estaba consiguiendo. Saliéndose, como a él más le gustaba, de los patrones del ciclismo, escapando de los pinganillos y de las directrices y haciendo lo que realmente le vino en gana, que fue marcharse cuando el quiso para hacer historia.
Al final llegó a la cima solo, bueno solo no, acompañado de su ángel de la guarda. Alguien gritó “¡Levántense todos, apláudanle!” Al final alzó los brazos, se coronó como David ante Goliat. El gigante sucumbió a sus pies y los 49 segundos pasaron para que su próxima tela a tejer fuera sin duda de color amarillo. A 2´03´´ llegó Samuel Sánchez con Andy Schleck, a 2´13´´ Alejandro Valverde y a 2´15´´ el resto de grandes nobles de la bicicleta como Evans, Frank Schleck o Menchov.
https://www.youtube.com/watch?v=4w2kIhoSnI0
El caso es que todos se tuvieron que postrar ante aquel Sastrecillo que les hizo a todos un traje en ese último gran gigante. El caso es que aquel Sastrecillo no volvió a serlo porque pasó a ser el gran Carlos Sastre. El caso es que después de salir de Alpe d´Huez se fueron camino de la capital del reino, París, y cuando llegaron allí, todo el mundo le ovacionó como el gran vencedor del torneo, él pudo levantar los brazos como el gran caballero que era y lanzar un guiño al cielo para su ángel. Y finalmente se puedo ir con los que realmente merecía que él lo celebrara. Y nada mejor para terminar que… ¡FUERON FELICES Y COMIERON PERDICES!