Llegan las Navidades y con ello las fechas en la que se debe sacar la bandeja con el turrón, los polvorones, el mazapán para reunirse con toda la familia en torno a una mesa-camilla y cantar villancicos, que si los peces están hasta el gorro de beber, que si San José no gana para ropa interior porque tiene un plaga de ratones en el portal, que si nos plantamos en dos días en Belén arreando al burro… Vamos, que es época de tirar de lo de toda la vida, de las historias clásicas. Y ya que sacáis el tema de lo clásico. ¡Qué grandes joyas tenemos en el ciclismo con las Clásicas! ¡Vivan los Monumentos del ciclismo! Pongamos de moda el decir a una chavala… “sh, sh, eso si que es un monumento y no la Lieja-Bastogne-Lieja”.
Cinco monumentos como cinco soles tenemos todos los años en este mundo de los pedales, Por Marzo nos estrenamos con la Classicissima, Milán- San Remo, para terminar a principios de Octubre también en Italia con el Giro de Lombardía. Por medio el periplo primaveral por Flandes, Roubaix y Lieja. Todos los años, son imágenes más grandiosas las que nos dejan estas carreras, y si no pensar en la última de todas las que se ha disputado hasta la fecha, con Purito llegando a la meta de Como entre una tromba de agua impresionante.
Pero hoy, en este reportaje me quiero centrar única y exclusivamente en dos de ellas. No se el motivo por el cual desde muy pequeño han sido dos carreras que me han atraído tanto, y para que negarlo eso en nuestro país es algo raro, ya que el ciclismo vive de las grandes vueltas, y las carreras de un día no existen, son los padres. Si es cierto que gracias a la gran generación de corredores que han ido surgiendo en los últimos 15 años en nuestro país con Freire y Flecha al frente de esta expedición, estas carreras han ido ganando en peso y en nombre dentro de nuestras fronteras, y de ahí que sea cada vez más habitual escuchar a las jóvenes promesas de nuestro ciclismo decir que su sueño es levantar los brazos en el Velôdrome de Roubaix o dejar a todo el mundo atrás en Kapelmuur.
Estas dos carreras, por si a alguien no le había quedado claro hasta ahora son las míticas Tour de Flandes y la París-Roubaix. A mí que me perdonen los “vueltómanos”, pero por ejemplo este año hubo más emoción en cada entrada a los pavés o a los muros de estas dos Clásicas que en todo el Tour de Francia junto. De hecho algo tendrán estas carreras para que la Grande entre las Grandes, la mencionada ronda gala no hace tantas ediciones decidiera meter en su recorrido en varias ocasiones los míticos pavés para homenajear a una carrera como la Roubaix, pero con el claro ánimo de otorgarle a esa primera soporífera semana de Tour una nueva carga de aire fresco y de emoción un tanto obsoleta en la Rocío Jurado del ciclismo (la más Grande, aclarémoslo por si las moscas).
Flandes y Roubaix. Ciclismo de antaño. Aroma a bicis. Sufrimiento. Dureza extrema. Lluvia. Muros. Pavés. Polvo. Barro. Caídas. Adoquines. Afición. Sentimiento. Grandeza. Épica. Triunfo. Reconocimiento. Leyenda. Historia…
Así hasta el 2014 podría estar poniendo palabras que reflejen lo que transmiten estas carreras. No es nada nuevo que los verdaderos aficionados al ciclismo de nuestro país miremos con cierta sonrisa de felicidad resignada, las imágenes que nos trasladan los televisores de estas dos maravillas del ciclismo. Cientos de miles de aficionados desde la salida hasta la meta, agolpados en las cunetas de todos los puntos por los que pasan los ciclistas, y no son pocos los kilómetros que transcurren entre ambos puntos. El ímpetu y voracidad que muestran los ciclistas en estas dos carreras es algo irracional en el ciclismo actual tan controlado desde los coches, y es que en estas carreras las matemáticas no son exactas y aquí al final se vuelve al ciclismo de la caverna, al ciclismo de los instintos y se pueden ver el ataque de la victoria a 50 kilómetros de la meta. O vaya, simplemente estas carreras son las que eligen sus vencedores porque son ellas las que a través de sus innumerables muros e interminables tramos adoquinados van haciendo la selección natural hasta que queda un único vencedor.
Eso sí, que nadie me haga la pregunta estúpida de “¿a quién quieres más a Papá Flandes o a Mamá Roubaix?” Está claro que no sabría que contestar. Igual un año terminas con la sensación de que es mucho más espectacular Mamá que Papá, pero al año siguiente es Papá el que te asombra. Lo bueno es que todos los años a mediados de abril, puedes volver a pensar en ello.
Por un lado Papá, es un poco más jovencito ya que su primera edición fue en 1913, así que este año que está a punto de entrar es el de su centenario. La tradición marca que su disputa se marque el primer domingo del mes de abril, una semana después es Mamá la que acapara todo el protagonismo, aunque ella desde unos años antes, nada más y nada menos que desde 1896. Da que pensar el hecho de que una de las más grandes carreras que hay en la actualidad sea del S.XIX. Eso sí, ambas son carreras “de pijama y orinal”, ya que no bajan de los 260 kilómetros, es decir que menos de 6 horas de competición no te lo quita nadie.
¿Qué podemos decir de Papá? Es más bruto que Mamá, eso seguro. Se mueve por impulsos, cada uno de esos impulsos son un muro, que resultan ser puñaladas a las piernas de los que quieren hacerse con su trono. También es menos previsible ya que todos los años su recorrido se cambia, y el claro ejemplo lo hemos visto este año en el que se suprimió el paso por Muur-Kapelmuur y Bosberg, final que prácticamente desde que tengo memoria en esto de las bicis es lo que se había vivido siempre, para ser sustituido por Kwaremont y Paterberg. La meta desde 1973 ha estado siempre en Ninove, aunque algún año haya cambiado su ubicación estratégica. Con Papá hay que moverse más por instintos, ya que cada muro es una nueva batalla, de la cual nunca se sabe si saldrá el vencedor final. Cada muro es una losa más en mochila de cada ciclista, otra vez más a ponerse en pie y retorcerse. Cada entrada a cada muro, al igual que con Mamá en cada entrada a cada pavé, es una disputa vertiginosa y peligrosa, en la que todos estos “locos” en bicicleta luchan manillar con manillar por una buena colocación que les permita estar lo más adelante posible, porque nunca se sabe cual va a ser el momento clave de la carrera.
Esa incógnita es lo que también hace tan grandes estas carreras. Porque en una etapa alpina o pirenaica del Tour es fácilmente previsible saber donde va a estar el momento clave de cada etapa, cual es el puerto determinante del día. En cambio en estas carreras todo puede suceder cuando menos te lo esperas, y no es la primera, ni la segunda vez que a pesar de contar con una veintena de muros o con más de 50 kilómetros de pavés, la carrera se termina decidiendo en el tramo mejor asfaltado y donde no hay ningún motivo para que ningún corredor pudiera atacar con el fin de llevarse la victoria (véase victoria de Cancellara en Roubaix 2010).
Por su parte Mamá es mucho más delicada, aunque también tenga un temperamento fuerte. Como cualquier mujer está llena de secretos y sorpresas y cada edición en una historia nueva, aunque por fuera sea mucho más reconocible de lejos que Papá, ya que sus tramos claves son los mismos siempre, esos que con su denominación de 5 estrellas podrían engañar a algún despistado que pudiera pensar que son lugares de lujo y productores de descanso… nada más lejos de la realidad, las piernas en esos tramos sufren tanto o más que en cualquiera de las rampas duras de puertos como el Angliru, a pesar que no veamos que la carretera se empine mirando al cielo. El Bosque de Arenberg y el Carrefour de l´Arbre, sin ninguna duda son los dos caminos de cabras peor asfaltados más conocidos del mundo entero. Y sobretodo el lugar de llegada, el Velódromo de Roubaix donde se ha colocado la meta desde su primera edición hace más de 100 años, ahí, donde muchos han podido disfrutar de una última vuelta triunfal después de haber vivido El Infierno del Norte en carne propia, y otros han llorado amargamente porque vieron como en la última curva la conquista del Adoquín más buscado se les esfumo en un último sprint.
Las imágenes que nos deja Mamá, quizás si sean, o por lo menos así yo lo entiendo de mayor espectacularidad. Esos ciclistas que aparecen de la nada entre el polvo que levantan motos y coches. Esos ciclistas cubiertos de barro de los cuales solo se distinguen el blanco de sus ojos. Esas montoneras y caídas entre curva y curva en tramos tan peligrosos como el de la entrada a Arenberg, cuya puesta en escena es casi tan sublime, reconocible e histórica como el concierto de Año Nuevo de Viena que tendrá lugar en unas horas. Esos ciclistas exhaustos buscando los laterales de los caminos que transitan para evitar el traqueteo de los adoquines. Esos ataques sin ser ataques. No todo es levantarse de la bici para soltar un “zurriagazo” y dejar atrás a tus rivales, en Mamá queda evidente que sin moverte de la bicicleta y manteniendo un ritmo elevado y constante durante cualquiera de sus tramos de pavés hace que tus rivales vayan quedándose poco a poco, ¿motivo? El mismo hecho que el que las frutas se caigan de los árboles.
Y como veis, de nuevo es una carrera, un tramo por donde cualquiera puede pasar en su bicicleta la que acapara todo el protagonismo. Apenas ha salido hasta el momento el nombre de un solo ciclista en este artículo. Se puede decir que Eric Leman, Johan Museeuw y Tom Boonen son los corredores con más Tour de Flandes en su haber, con tres ediciones cada uno, o que Roger de Vlaeminck o el mismo Tom Boonen lo son del Infierno del Norte con 4 adoquines en sus vitrinas.
Pero como digo, esos nombres son simplemente algo testimonial, lo realmente importante es que este próximo año 2013 volveremos a disfrutar de estas dos superlativas carreras, de las imágenes más espectaculares que el verdadero ciclismo nos pueda dejar a lo largo del año y dará igual si el actor principal es Boonen, Cancellara, Gilbert, Flecha, Eddy Merckx, Francesco Moser o Sean Kelly, lo verdaderamente importante es que los MUROS Y LOS PAVÉS serán de nuevo los protagonistas durante un día, y que millones de aficionados al ciclismo estaremos pendientes de lo que suceda al paso por cada uno de ellos. El que al final descorche el champán será algo anecdótico para aumentar un poquito más la Wikipedia. Hablando de champán, que esta noche corra por todas vuestras casas y que el próximo año 2013 nos traiga felicidad a todos, incluido lógicamente al mundo del ciclismo.