En 1995 tenía lugar uno de los momentos más triste de la historia del Tour. La carrera capitaneada por quinto año consecutivo por Miguel Induráin daba sus últimos coletazos. El navarro tenía una de las últimas pruebas de fuego en la 15ª etapa con final en la inédita subida a Cauterets, donde el Tour ponía fin de una etapa por primera vez en su historia. Todo hacía presagiar que los Alex Zülle, Bjarne Riis o Laurent Jalabert buscarían darle toda la pelea del mundo al campeón español, en busca de evitar su quinto entorchado seguido en París.
Finalmente, en Cauterets quién se alzaba con el triunfo era el galo Richard Virenque para regocijo de todos sus compatriotas, pero en ninguno de ellos, ni en los mismos ciclistas había un atisbo de alegría. Y es que, ese día la noticia fue otra bien distinta. En el descenso del Portet-d’Aspet se producían varias caídas, y una de ellas iba a marcar la edición de ese 1995. El italiano Fabio Casartelli, ganador del oro en Barcelona ’92, se iba al suelo topándose con un pequeño muro. Las imágenes mostraban al del Motorola, compañero por aquel entonces de un jovencísimo Lance Armstrong, tirado en el suelo con sangre en el asfalto. Rápidamente, fue trasladado en helicóptero a un centro hospitalario, pero nada pudieron hacer con su vida, y el Tour se teñía de luto. Lágrimas y rostros desencajados en el pelotón, que dejaron una de las páginas más lúgubres de todas las escritas en esta grandiosa carrera.
Volviendo a la actualidad, Cauterets volverá a ser final de etapa después de aquel fatídico día, poniendo el punto y final a la primera gran etapa de verdad de este Tour. Una jornada de 188 kilómetros con salida en Pau y 6 puertos puntuables, pasando por el mítico Tourmalet, previa a la última ascensión. La localidad de Pau verá por 66ª vez pasar el prueba francesa, únicamente superada por Burdeos y, lógicamente, por París, y de ahí partirán para hacer unos primeros 100 kilómetros «tranquilos» con tres de las cotas del día en esa primera parte, aunque siendo todas ellas de poca entidad.
Pero en el kilómetro 105, la película cambia y la cosa se pondrá sería para encadenar dos de los puerto más reconocidos y reputados del Tour de Francia, el Col d’Aspin, con sus 12 kilómetros al 6,5%, con sus últimos 5 de subida que apenas baja la pendiente del 8% de media, y el Col du Tourmalet, por su vertiente de La Mongie, el segundo Hors Catégorie de este año tras la subida el día de ayer a La Pierre-Saint-Martin. Poco podemos decir de su Majestad Pirenaica. El Puerto del Tour, sin duda en esta cordillera. 17 kilómetros al 7,3%, con un comienzo titubeante, para a partir del sexto kilómetro encabritarse de mala manera, y ya no saber durante 11 kilómetros lo que es descender de rampas del 8%, con su espectacular paso por las galerías y el posterior de La Mongie, donde están las rampas más duras de toda la subida, para acabar alcanzando su cima, a sus 2115 metros. Ahí donde solo pastan las llamas.
Al coronar junto a las llamas que pastan en su cima, largo descenso para buscar la última subida a Cuaterets, un tercera categoría, de 6 kilómetros al 5%, por lo que aquí será difícil ver diferencias entre los grandes… o no. Se trata de la típica subida a toboganes, con rampas que superan el 10% seguidas de descansillos, que matan el ritmo a cualquiera, y que con lo vacías que seguro llegan aquí las piernas después de todo el esfuerzo anterior, puede pasar una mala jugada a más de uno.
En cuanto a lo que pueda deparar la etapa, veremos como han digerido todos los gallos del pelotón, con Alberto Contador y Nairo Quintana a la cabeza, el gran varapalo que les ha dado en La Pierre-Saint-Martin, el británico Chris Froome, dejando para muchos, ya este Tour visto para sentencia. Esperemos que el orgullo de alguno pueda hacer que ya desde el Tourmalet podamos ver batalla, y que quizás puedan intentar buscarles las «cosquillas» al solidísimo maillot amarillo. Si no es así, no nos extrañe ver una fuga consentida jugándose el triunfo en la última subida a Cauterets, y llegando todos los capos del Tour de la manita a meta.