Segundo domingo de abril. Los adoquines y los árboles de Aremberg susurran el guión del Infierno. La brisa del amanecer recorre los caminos que un día tanques y soldados tomaron para batallar. El polvo de aquel pavés despierta después de un año de letargo y espera. El infierno se hace terrenal, los baches se hacen rutina y el misticismo invade Roubaix. Más de 60 kilómetros de adoquines y sufrimiento esperan cada año a los valientes, o tal vez insensatos, que acuden a la plaza de Compiegne. La historia de este capítulo aún está por escribir. El escenario es el de siempre. Nombres como el Carrefour de l´Arbre, Mons en Pevele o el Bosque de Aremberg esperan a quienes a estas horas sueñan con conquistar el velódromo de Roubaix. En cada metro, una trampa. En cada tramo, una leyenda. En cada adoquín, simplemente Roubaix.

Y allí, a Roubaix, tratarán de llegar los 200 que mañana partirán de Compiegne. Algunos lo harán simplemente con el objetivo de participar y terminar una de las pruebas más hermosas y legendarias del panorama internacional. Otros, lo harán pensando en ayudar a quienes están llamados a hacer historia en su recorrido. Y tan solo, unos pocos, aquellos elegidos por la fortuna y por su habilidad, se lanzarán mañana a conquistar esos 260 kilómetros que hoy, son ya historia viva de la historia del deporte. Entre ellos, resaltan nombres como Kristoff, Terpstra, Stybar, Degenkolb, Sagan, Vanmarcke, Van Avermaet, Boom o Wiggins.
El noruego de Kathusa llega a esta cita tras imponerse con autoridad en el pasado Tour de Flandes y optará mañana a lograr un prestigioso doblete. Para ello contará con la ayuda de un equipo volcado totalmente para que el de Oslo alce los brazos en el velódromo más prestigioso del mundo. Pero no lo tendrá nada fácil. Como en toda la temporada de clásicas, el conjunto Etixx-Quick Step aparece como el principal patrón de la carrera. Con la ausencia de Tom Bonnen, corresponde a Terpstra, vencedor de la edición pasada, y a hombres como Stybar o Vanderbergh suplir al belga. Hasta hoy, el bagaje de la escuadra belga es nulo. Segundos y terceros puestos parecen saber a poco al equipo que, llamado a mandar con mano de hierro en este tipo de carreras, tendrá en Roubaix la última oportunidad para resarcirse de tan amarga primavera.
Un escalón por debajo parecen aparecer nombres como el de John Degenkolb, vencedor de la Milán Sanremo; el de Peter Sagan, llamado a vencer por fín en una gran clásica; el de Vanmarcke, que buscará desquitarse de su mala actuación en Flandes; el de Van Avermaet, deseoso de resarcirse de su agridulce pódium en Flandes; o el de Lars Boom.
Pero si hay un nombre que resalta y mediatiza la participación de esta Paris-Roubaix es el de Bradley Wiggins. El británico del conjunto Sky pondrá fin a su carrera en la escuadra de Dave Brailsford tras la Clásica del Norte y buscará sin duda hacerlo con una victoria que pondría el broche de oro a uno de los ciclistas más laureados de los últimos tiempos. Tras convertirse en el primer británico en vencer en el Tour de Francia con su triunfo en 2012 y alzarse con el campeonato del mundo contrarreloj el pasado septiembre en Ponferrrada, partirá mañana de Compiegne con el objetivo de llevar por primera vez a Inglaterra a lo más alto del pódium de Roubaix.
Todos ellos dormirán hoy con un recorrido tan inalterable como legendario. Los pasos por Aremberg, Mons-en-Pevéle y Carrefour de l´Arbre a 95, 50 y 16 kilómetros de meta respectivamente son año tras año los enclaves llamados a encumbrar al ganador en Roubaix. Aun así, el recorrido es mucho más que estos tres nombres. 27 tramos de pavés con casi 62 kilómetros de adoquín son un reto, ya no solo para los corredores, sino también para la mecánica de sus bicicletas, que pasarán mañana un duro examen, que sin embargo, será más sencillo ante la teórica ausencia de la lluvia.
Hagan sus apuestas. Busquen bajo esa nube de polvo a su caballo ganador. Recen porque no tropiece con una piedra en el camino. Porque piedras…mañana habrá muchas, pero solo una distinguirá al ganador.