Dicen los entendidos que los mejores vinos son aún más gustosos con el paso del tiempo, que con el reposo necesario y con una larga vida en la bodega, adquieren ese algo que nunca podrán alcanzar aquellos que despegan al mercado con la velocidad que las nuevas máquinas recogen las uvas durante la vendimia. Ese aroma a historia, a añejo, a leyenda con toques de misticismo. La brisa que endulza nuestra pituitaria con los dulces olores de la primavera, el sonido de la pasión mientras vertimos su particular esencia sobre nuestros impacientes labios. El son de su suave goteo cuando la botella ya está vacía y la emoción del primer trago parece haberse esfumado hace minutos o quién recuerda si fueron horas. Su suave sabor embriaga nuestras pupilas y nuestros corazones, deseosas durante 365 días de volver a ese primer trago. Porque ese sabor a añejo no lo tiene más que una botella. La botella más antigua de la bodega. Esa que nació con la cosecha de 1892 cuando casi no había ni compradores. Esa botella. Esa Lieja.
Con 100 ediciones cumplidas y varias interrumpidas, bien por conflictos bélicos o bien por problemas económicos, la Liege-Bastogne-Liege es la decana de las carreras del panorama internacional. Disputada por primera vez en 1892, la “Doyenne” atesora en su palmarés desde nombres de históricos clasicómanos como Rebellin, Bettini o Sean Kelly a ganadores de grandes vueltas como Andy Schleck, Alejandro Valverde, el siempre insatisfecho Eddy Merckx o Jacques Anquetil. A ello, ayuda, sin duda, el trazado de la prueba. Con sus 262 kilómetros que recorren año tras año los corredores, la prueba belga es sin duda una de las más largas del calendario por detrás únicamente de otros monumentos como la Milán San Remo o la Paris-Roubaix. Sin embargo, como ocurre en el Infierno del Norte con los adoquines, en Lieja, la dificultad no estará únicamente en el kilometraje, sino más bien en las diez cotas que los ciclistas encontrarán tras el paso por la localidad de Bastogne. Nombres como Saint-Roch, Rosier, Stockeau, La Redoute o Saint Nicolás, siembran el temor en las piernas de quienes nunca la han disputado y el respeto entre quienes buscan el triunfo en el último repecho en Ans. Para alzarse con la victoria, cualquiera de los candidatos deberá estar atento en los últimos 40 kilómetros pues las ascensiones a La Redoute, La Roche aux Facons, Saint Nicolás y Ans, sin un metro llano entre ambas, se presentan otro año más como las juezas de la carrera.

En la pasada edición, por alguna extraña razón, el conservadurismo invadió la carrera tal y como ya había hecho días antes en la Flecha-Valona y en la Amstel Gold Race. Los ataques “importantes” llegaron tarde, en Saint Nicolás, y siempre con miedo. Valverde, Purito o Gilbert lo intentaron con más temor a llevar al resto que deseo por vencer. Dejaron con vida a sus presas. Y la presa les mordió. Cuando coronaron la penúltima cota, a 7 kilómetros de meta, un desfondado Gerrans lograba reengancharse al grupo, con la ayuda de Albasini. Por delante Caruso buscaba sorprender a los gallos y dar un importante triunfo al Kathusa. Fue entonces, cuando la victoria parecía estar ya en manos del italiano del equipo ruso, un valiente Dan Martin buscaba reeditar el triunfo de 2013. Con ganas y fuerza, el irlandés del entonces Garmin, demarraba y tomaba el último giro hacia la meta a rueda de Caruso. Ahí el sueño se desvaneció. Una pedalada de más hacía al natural de Birmingham rozar su pedal izquierdo con el asfalto de la avenida que cada año pone fin a la prueba más antigua del calendario ciclista y deslizar su cuerpo exhausto sobre el asfalto que un año antes le había hecho triunfar. El grupo de favoritos le pasó como un tren de alta velocidad al lado de un risueño niño con su triciclo. Caruso no duró mucho en primera posición. Valverde lanzó el sprint pero temió precipitarse y dejó a aquel Gerrans, casi KO en Saint Nicolás, que lo hiciera por él. El entonces campeón de Australia se colocaba en primera posición y entonces nadie podría apartarle de ahí. Ni un correoso y joven Kwiatkowski, ni un poderoso Valverde, que una vez más tuvo que conformarse con una segunda y agridulce segunda posición por no haber planteado correctamente la carrera.
En 2015, el murciano y el polaco, segundo y tercero respectivamente en la pasada edición, volverán a ser dos de los principales favoritos. No en vano, ambos han sido los vencedores de las dos clásicas de las Ardenas disputadas esta semana, la Amstel Gold Race y la Flecha Valona. Kwiato venció el pasado domingo en el Cauberg tras imponerse en el sprint final al murciano del Movistar y al australiano del Orica Michael Matthews. Alejandro, por el contrario, se apuntó este miércoles su segundo triunfo consecutivo y el tercero en toda su carrera en la Flecha Valona tras imponer un exigente ritmo en la subida final a Huy y rematar la victoria con un poderoso sprint en los últimos metros de la inhumana subida a la capilla valona.
A estos dos superclase, otros muchos se suman a la retahíla de favoritos. El hombre de casa, Philippe Gilbert; el siempre incógnita Carlos Betancur; el mayor enamorado de esta carrera, Purito Rodríguez; el vencedor en 2013 Daniel Martin; así como otros nombres que pueden jugar un importante papel en la prueba como Nairo Quintana, Dani Moreno, Tom-Jelte Slagter, Rui Costa, Nicolas Roche, Sergio Henao, Roman Kreuziger, Vincenzo Nibali o incluso, el vencedor de la pasada edición, aunque recientemente salido de una lesión, Simon Gerrans.
Lo que es seguro es que el aroma de clásicas se apagará mañana hasta que la primavera vuelva a resurgir en el año próximo. El sabor de tan apasionantes carreras se diluirá en nuestras apasionadas mentes. Al menos, hasta que en 2016 vuelva a embaucarnos con el único e irrepetible gusto que solo las carreras más añejas nos pueden ofrecer.