No será esta la primera ni última vez que el más pequeño gane al más grande. No será esta la última muestra de que la superioridad nunca es absoluta. No será este el último fracaso de quienes saborean antes la gloria de tenerla consigo. No será la última, pero será una de las más recordadas. Hoy 28 de febrero, un nuevo David ha emergido en un mundo de Goliats. A sus 27 años, el vencedor de la edición pasada, Ian Stannard se presentaba hoy en Gante con un objetivo claramente marcado: colaborar con Bradley Wiggins para darle una nueva alegría a los ingleses. El resultado, como en tantas ocasiones, distó mucho de la realidad.
La escapada, formada por Gougeard, Laborie, Verhelst, Reihs, Brammeier, Van Melsen, De Bie y Timmer, cuajó en los kilómetros iniciales, pero su ventaja, al igual que la fuerza de sus piernas, se redujo considerablemente con los primeros muros. La diferencia rozaba los tres minutos y el pelotón nervioso avanzaba hacia el Kruisberg. Allí, en sus prominentes rampas, un corredor fino, con barba, vestido de negro y azul (o blanco y dorado para otros) aceleraba considerablemente el ritmo. Bradley Wiggins, el en teoría jefe de filas del Sky en las clásicas del pavés decidía así colaborar hoy en favor de su compatriota Ian Stannard. El ritmo de Wiggo rápidamente se dejó notar en un pelotón que disminuyó su tamaño vertiginosamente. El siguiente escollo a la vista era el Taaienberg, siempre talismán para Bonnen. Allí, como cada año, el belga decidía cambiar el ritmo para deleite de sus aficionados. El grupo quedó entonces reducido a veinte unidades.
Con las fuerzas ya mermadas, segundos espadas como Offredo (FDJ) o Rowe (Sky) decidían marcharse y mermar así las fuerzas del todopoderoso Etixx. El conjunto belga, impasible y todopoderoso, esperó a Haaghoek para poner en práctica toda su artillería. Una aceleración del gigante Vandenbergh provocaba el que a la postre sería el corte definitivo. Como si del Mapei de Museeuw se tratase, Bonnen, Terpstra y Vanderbergh conseguían marcharse hacia adelante en un grupo de 6 corredores. Les acompañaban un jovencísimo Vanmarcke, el francés Chainel y un incómodo Stannard. Parecía clara la batalla que se iba a jugar. Por un lado el Etixx, un ejército estructurado y definido, y por otro los tres guerrilleros, solos con su picaresca.
Pero la picaresca y la fuerza abandonaron a dos de ellos. Vanmarcke por un pinchazo y Chainel por falta de fuerzas pronto abandonar la batalla. Un asustado Stannard se mantenía perplejo mientras a duras penas aguantaba los relevos del Ettix. Por detrás un grupo formado por Van Avermaet, Stybar y el infortunio de Vanmarcke intentaba, sin éxito, acercarse al grupo de los hombres de Lefevre. Como si de un boomerang se tratase, los cuatro hombres de cabeza de carrera se acercaban poco a poco a la localidad de Gante, que horas antes les había visto partir.
El pavés ya había despedido a los ciclistas y la carrera iba a jugarse en el llano final. El primero en probarlo, sorprendentemente, fue Bonnen. Quizá ansioso por ganar una prueba que se le resistía o quizá simplemente confiado de la debilidad de Stannard, el belga no quiso esperar al sprint y lanzó un poderoso ataque a 5 km de meta. El del Sky, ante la atónita mirada de Vandenbergh y Terpstra, conseguía alcanzar al campeón belga. Como era de preveer, tras el reagrupamiento era el turno de Terpstra. El holandés, vencedor de la pasada edición de la Paris-Roubaix, se lanzaba hacia por la victoria. Bonnen y Vandenbergh se veían obligados a ceder, pero de manera titátnica Stannard conseguía aguantar. 2 km para el final y el trío de Goliats se había quedado en uno. Terpstra y Stannard encaraban juntos un último kilómetro en ligero ascenso. La tensión era palpable. A 300 metros el holandés, después de asegurarse que su omnipotente líder Tom Bonnen no tenía opción de llegar, lanzaba el sprint final. Stannard tomó bien su rueda. La hazaña del británico ya parecía extraterrestre, pero lo sería aún más cuando esa astucia del David inglés, ese último golpe de riñón, derribara al último de los tres Goliats. Tras 200 km y ante la atónita mirada de Terpstra y Bonnen, Stannard volvía a subirse al peldaño más alto del pódium, ese al que hoy los gigantes no han podido llegar.