No es fácil escribir de los héroes y menos cuando estos son de carne y hueso. Jack Sparrow quizás sea el pirata más endiosado entre los jóvenes de la actualidad, por sus aventuras y desventuras por los mares caribeños más cercanas a los sueños que a la propia realidad. Pero no hace tantos años que otro gran Pirata, este sí de verdad, nos hizo soñar a muchos con imposibles. Un Pirata que este 14 de febrero cumplirá una década desde que decidió rodar su última entrega. Un Pirata que a través de sus hazañas, que en su caso se desarrollaban muy lejos del mar, logró conquistar el corazón de miles de aficionados a un deporte que poco a poco entraba en horas bajas.
Con su perilla, su calva o su pañuelo y sus pendientes de aro en ambas orejas, lo cierto es que su apariencia no era muy alejada a la de cualquier bucanero, eso sí su medio no era el barco, para nada, su medio iba a pedales y los movía con sus pequeñas piernas. La bicicleta fue su vida, y con sus gestas dio vitalidad a un deporte que diez años después le sigue añorando.
Marco Pantani. Un eco en Alpe d´Huez. Un relámpago en Galibier. Un espejismo en Mortirolo. Una pesadilla en Madonna di Campiglio. Las grandes cumbres tienen el nombre de Marco en su asfalto. Las grandes ascensiones quedaron huérfanas cuando Pantani decidió irse. El ciclismo perdió a su último gran ídolo hace diez años cuando en Rímini quiso pasar a ser una leyenda.
Decir Marco Pantani es ver la sonrisa de «la maldad» en un rostro. Un rostro que sonreía al ver que la carretera se empinaba y donde los demás fruncían el ceño el aligeraba el paso para sentirse más vivo. Así lo demostró en el Tour de Francia que ganó en 1998. un Tour diseñado para un bárbaro teutón, Jan Ullrich, que vió como camino de Les Deux Alps, Marco ponía cuesta arriba a toda la Grande Bouclé y sentenciaba la carrera a su favor con un ataque para la memoria de todos en el Galibier, dejándonos una de las últimas grandes gestas del ciclismo moderno. Un Marco que desafió a todo un dominador de grandes vueltas como Miguel Induráin, incapaz de comprender como un menudo corredor desconocido le hacía la vida imposible en el Giro y el Tour del año 94. Ataque descomunal el que recibió el pamplonica en la ascensión al Mortirolo del Pirata, donde perdió todas las posibilidades de poderse hacer con su tercera Corsa Rosa. Así, como incredulidad absoluta al ver como una y otra vez recibía los continuos ataques en un Tour que sí logró llevarse finalmente, pero gracias a su habilidad contra el cronómetro, ya que en Hautacam, Luz Ardiden o Alpe d´Huez tuvo que postrarse ante el ansía del jovencísimo italiano que había llegado dispuesto a comerse el mundo, sin ningún temor a medirse con los más grandes, ya que era conocedor que en su terreno habría muy pocos capaces de seguir su rueda. Incluso todo un Lance Armstrong fue castigado con la furia del Pirata en el Tour del 2000, días después de «su regalo envenenado» hacia Marco con el triunfo en Mont Ventoux. Esto enfermó al bueno de Pantani que volvió por un día a recordar al gran mago del ciclismo que había deslumbrado al mundo entero dos años antes con un doblete, Giro y Tour, que nadie ha vuelto a igualar. En una etapa entre Briançon y Courchevel y con muchos de sus amigos de su lado, amigos como Galibier, como la Madeleine o como la última ascensión a Courchevel, donde absolutamente nadie pudo aguantar la rueda un rabioso Pantani que demostró que el americano era humano, y que se le podía poner la cara roja. La pena es que ese fue el último día en que todos pudimos deslumbrarnos con su magia.
Una magia que había sido robada en Madonna di Campiglio. Pocas horas antes de que Marco celebrara su segundo Giro de Italia, tras superar a todos los ciclistas y hacerse hasta con cuatro victorias de etapa con Oropa o Alpe di Pampeago como testigos de su poderío. Pero dos días antes de la llegada triunfal a Milán todo se acabó. Un posible dopaje, algo que jamás nadie llegó a demostrar, apartó a Marco de nuestras vidas. Un 4 de junio de 1999 fue la primera vez que perdimos a Marco Pantani. Luego llegaron los demás reveses. Sanguijuelas, amigos bastardos que se le pegaban para chupar toda la esencia que provenía del genial calvito, como si de un genio de la lámpara se tratase. Él seguía siendo un niño, y como tal dejó que su personalidad endeble desapareciera. Así llegó la droga a su vida. Su dependencia con la cocaína por todos fue conocida y reconocida por el propio Pantani, una droga que como todas fue capaz de dejar una y otra vez. Pero el problema no era dejarlo. El problema era no volver.
Pero si hubo una droga que marcó a Marco, valga la redundancia, esa fue Cristina. Una joven danesa de la que se enamoró perdidamente y como en toda gran historia de amor la tragedia acechaba. Varios años duró el noviazgo de ambos y varios fueron los momentos inolvidable que pasaron juntos. Por eso mismo, le fue tan difícil soportar a Marco la idea de perderla. De un día para otro Cristina desapareció, eso unido a los problemas deportivos surgidos en Madonna, los problemas económicos que ello conllevaron y las influencias nefastas de las que se dejó rodear, hicieron que Marco entrara en una depresión de la que ya sería incapaz de volver a salir.
Depresión en la que no solo entró él. Entro el ciclismo en general, en la época más turbia que se le conoce a este deporte. Marco no volvió a ser el Pirata nunca más, y aunque el año 2004 comenzaba con la esperanza de un nuevo equipo, unos nuevos desafíos, los sueños del niño ya habían muerto. Con estas, Marco desapareció de nuestro mundo un 14 de febrero de 2004. Como todo gran genio, hasta su muerte levantó la polémica. ¿Sobredosis? ¿Suicidio? ¿Depresión? ¿Drogodependencia? Yo me quedo con la idea de que aquel que hizo que tanta gente nos enamorásemos de un deporte tan bello como el ciclismo, no fue capaz de encontrar mejor fecha para echar a volar de este mundo que el día destinado para ellos, para los enamorados. Ese día el corazón ciclista de muchos aficionados se detuvo, igual que en Madonna di Campiglio. Pero ese día nació un mito difícilmente igualable, el de un Pirata de Cesena que humildemente llegó a conquistar el mundo.
¡Grazie mille, Marco!