¿Cuántos de nosotros Cuando éramos pequeños en estas fechas veraniegas después de quedar embelesados viendo en la televisión las gestas de Escartín, Laiseka, Beloki, Mayo, Contador, Sastre o los que sean un poquito mayores, Induráin, Perico, Arroyo o Chozas, después salían por sus pueblos con las bicis soñando emular a los que en ese momento eran sus ídolos, imaginando que la más humilde cota de la meseta castellana, de los montes vascos o de la estepa manchega era el mayor de los puertos pirenaicos o alpinos?
Yo era uno de esos que se retorcía con 10 años en su BH por los caminos dejando escapar en mi imaginación que estaba atacando a los mismísimos Pantani o Ullrich y que me estaba proclamando vencedor del Tour de Francia. ¿Y por qué esa obsesión con querer ser siempre el de Amarillo? Siempre me había hecho esa pregunta y después de haber podido vivir el Tour de cerca durante tres días he solventado todas mis dudas.
Ahora entiendo sin hacerme ninguna cuestión el motivo por el que la Grande Boucle es la más grande entre las Grandes. Sería muy difícil buscar un adjetivo calificativo para describir lo que en las dos jornadas de los Pirineos de este Tour de Francia he vivido. Emoción. Ilusión. Entrega. Esfuerzo. Compañerismo. Excitación. Emoción. Deslumbramiento. Cansancio. Incredulidad. Fascinación. Nerviosismo. Emoción. Felicidad.
Estos serían muchos de los sentimientos aflorados en esos tres días. Es cierto que todo lo que mueve a tanta gente es poder ver pasar a los grandes ciclistas del momento a tu lado durante unos pocos segundos, pero como digo son pocos los segundos que esto sucede y las vivencias que allí ocurren son mucho más que eso.
El viaje, a veces más tortuoso de lo normal, y que sirve para descubrir un poco más a la persona o personas que llevas al lado en el coche ya que son muchas horas las que pasas enclaustradas en dirección al lugar de destino. La satisfacción máxima de llegar a ese punto de destino, en este caso Ax les Thermes, donde al día siguiente ascenderían los Froome, Contador, Valverde y compañía a la estación de esquí de Aix 3 Domaines.
Una vez allí conocer gente, mucha gente. No podría deciros el número de caravanas, tiendas de campaña o gente en bicicleta que allí pudo haber, pero sí he vivido etapas grandes de la Vuelta a España, y como diría Melendi, si el comparar no es justo, diré que no hay comparación. Gentes venidas de todos los lugares del mundo. Podría citar japoneses, chinos, australianos, neocelandeses, marroquíes, sudafricanos, colombianos, argentinos, estadunidenses, canadienses y de cualquier país europeo que se os venga a la mente. Bueno y españoles. Nosotros nos llevamos la palma en cuanto a número de aficionados sin lugar a duda, en eso y en a ver quiénes son los más cantosos y que más se hacen notar. Es nuestra seña de identidad. También los españoles venidos de cualquier punto de nuestra geografía, y aquí me quiero simplemente parar un momento y hacer una especial alusión a los aficionados del pueblo vasco. Dejando políticas al margen, es increíble como viven ellos este deporte, lo numerosos que son (la conveniencia geográfica también ayuda) y realmente lo buenos compañeros que me demostraron ser. De verdad que un aplauso muy grande para todos ellos y para cada uno de los aficionados que acudieron en masa a vivir y apoyar a los corredores de este Tour de Francia.
Como digo llegar a Ax les Thermes a las tantas, montar la tienda y dormir lo que se puede, ya que al día siguiente muy temprano ya hay que estar arriba antes de que los Gendarmes pongan pegas para poder ascender al puerto donde acabará la primera etapa clave de este Tour.
8:00. Sacar la cabeza por la tienda y ver una auténtica caravana de kilómetros y kilómetros de coches delante de ti. Impresionante. Rápidamente desmontar todo, desayunar y montar la bici para llevar a cabo lo que ese niño soñó hace muchos años: Poder conquistar uno de los colosos del Tour. Ya encima de la bici a rodar unos kilómetros antes de meternos en plena ascensión. Ascensión que ya está cortada al tráfico. Únicamente en bici o andando se puede afrontar la subida. Y allá vamos. Poco a poco vamos ascendiendo los 9 kilómetros de Aix 3 Domaines, y bien digo vamos, porque allí habría miles y miles de personas subiendo, cada uno a su ritmo, el primer final en alto del Tour de Francia. Chicos jóvenes, padres y madres de familia, abuelitos y niños de apenas diez años, cada uno a su manera, unos muy ligeros y otros con los desarrollo con los que paso por allí Bahamontes hace 60 años, pero todos con el mismo fin, llegar a conquistar la cima. Durante esos 9 kilómetros de ascensión, no faltaba el ánimo del público, de compañeros que te ibas encontrando por el camino. Ánimos muy necesarios porque ¡vaya con el puertecito!
Una vez conquistado, a nadie se le podía no escapar la sonrisita de felicidad. Momento de comentar jugadas y experiencias de cada uno. Tertulias “cazadoras” en las que cada uno contaba de manera más o menos exagerada como había abatido a “su pieza”. Y de ahí, tras un pequeño tentempié a coger sitio ya que el Tour estaba asomándose ya al final.
El Tour. ¡Qué grande es el Tour! Lo de la caravana publicitaria no tiene nombre, ni desperdicio. Una hora seguida viendo pasar vehículos decorados de mil maneras con música, animadoras (¡JO, QUÉ ANIMADORAS!), repartiendo regalos de todos los gustos: gorras, camisetas, más gorras, bolis, magdalenas, galletas, manos de espuma, y otra gorra, gominolas, botellas de agua, y ¡hombre, esta vez un gorrito!. Y la pregunta que nos hacíamos todos, ¿cómo narices bajo con todo esto?
Así, hasta que el sonido de los helicópteros empezaba a presagiar lo que todos los que estábamos allí estábamos esperando. De pronto el sonido de los helicópteros quedaba silenciado por el de sirenas de motos, el sonido del claxon de los coches mítico del Tour, y gritos, muchos gritos de gente. Y allá que al fondo aparece Froome (¡”mecachis”! fue lo que pensó más de uno cuando vio al espigado del Sky aparecer al fondo como una moto). Pero es igual, se le anima como al que más. Pasa Froome. Tras él Porte y un pelín por detrás Valverde con Nairo perdiendo unos metritos. Al fondo se ve a Kreuziger tirando de Contador, ¡qué mala cara lleva el de Pinto! Y con ellos Mikel Nieve. La gente se vuelve loca cuando ve el maillot naranja de Euskaltel aparecer. Y así ya el goteo que todos sabemos que acabó llegando a meta. Desde Froome hasta Kyrienka que fue el último en pasar al día siguiente en el puerto de La Hourquette (por cierto la imagen del bielorruso ha sido una de las cosas que más me ha sobrecogido en esto del ciclismo) puedo asegurar que la gente dio su calor a todos y cada uno de los ciclistas que por allí fueron pasando durante los dos días de duro sufrimiento pirenaico.
Como digo al día siguiente nos situamos en Ancizan, para subir a La Hourquette, donde seguramente hubiera todavía más gente que el día anterior en Aix 3 Domaines. El hecho de que este puerto estuviera aún más cerca del País Vasco hacía que las camisetas naranjas y las ikurriñas se hubieran multiplicado por cientos de un día para otro. De nuevo miles y miles de personas subiendo con sus bicis. Otros muchos andando con sus neveritas y sillas plegables. En la cima un auténtico colapso para poder hacerse la foto bajo la pancarta del puerto de 1ª categoría, que por cierto menudos 4 primeros kilómetros que se gastaba el amigo. De nuevo llegar arriba y sonrisas a diestro y siniestro. De nuevo tertulias. De nuevo coger sitio. De nuevo caravana publicitaria con sus “celestiales” animadoras. Y de nuevo, los figuras apareciendo. ¡Qué dimensión transmiten!, aunque en este caso fuera totalmente diferente al día anterior. A kilómetro y medio de la cima pasaron todos juntos, con Fulgsang y Daniel Martin por delante, y Porte ya a más de 10 minutos del grupo de Froome. Y como digo mucho, mucho rato después Kyrienka, casi llorando. ¡IMPRESIONANTE LO QUE NOS HABÍA DEPARADO EL TOUR!
De nuevo bajar al lugar de acampada con mucho cuidado porque somos muchos los que tiramos cuesta abajo y es mucha la velocidad que se agarra. Una vez abajo, ya momento de despedidas con los buenos “compañeros de grupeta” que se han hecho en esos tres días en Francia. Algunos aprovechamos un día más para disfrutar un poco más de la bici, aunque sin el Tour de por medio, y es que el gran Tourmalet queda muy cerca. De ahí retorno para casa, con una grandísima experiencia encima, con la sapiencia de que una vez vivido esto será necesario repetirlo en sucesivas ocasiones, y la satisfacción del que sabe que el esfuerzo y la locura que nos produce la bici bien mereció la pena, ya que de aquella manera el niño que subía las cotas castellanas, manchegas o vascas soñando que era uno de los grandes del Tour vio satisfecha la necesidad y la ilusión de verse por lo menos donde sus grandes ídolos han hecho las grandes gestas de nuestro amado deporte.