Descanso en la Vuelta. Tiempo para la reflexión. Vista atrás y el panorama es desolador. A apenas cuatro días para dar carpetazo a la última de las grandes vueltas por etapas de la temporada, el balance es cuanto menos preocupante, más aún si lo comparamos con las últimas ediciones de una carrera que parecía haber encontrado un estilo propio. Puertos que más que eso parecían escaleras al cielo, se conjugaban con emocionantes etapas de media montaña y alguna que otra llegada al sprint. Variedad ante todo y posibilidad para arriesgar. Echemos la vista atrás y disfrutemos con lo vivido.
Vuelta de 2011. Sprinters puros como Kittel, Sagan o Bennati encontraban el dulce sabor de la victoria en una edición que contó con uno de los duelos más sonados de los últimos años. Un tremendo arranque de carrera de la dupla del Katusha, Dani Moreno y Purito Rodríguez, daba paso al liderato de un desconocido hasta entonces Chris Froome. El maillot rojo pasó entonces a la espalda de Sir Wiggo. El todopoderoso Sky quiso jugar a la ruleta para brindar al británico su primera gran ronda por etapas. Lo intentó pero falló. El Angliru se interpuso. El coloso riosano y las piernas de un resucitado Juanjo Cobo dieron de bruces con las aspiraciones de un Wiggins. El Bisonte de la Pesa vistió así, con un ataque lejano y arriesgado, a casi 7 de meta, un maillot rojo que ya no cedería a pesar de las brutales embestidas de un Froome, que en Peña Cabarga dejó de ser un ciclista para ser un extraterrestre. Al final solo 13 segundos. Solo eso le faltó al de Nairobi para superar al cántabro del ya desaparecido GEOX. Cobo vencía así en una edición que servía además para descubrir enlazados de excepción como el San Lorenzo-Farrapona, para conocer muros como el de Valdepeñas de Jaen o el Escorial y para ver volar a Tony Martin sobre la planicie salmantina en una contrarreloj que terminó de hundir a un Purito Rodríguez, que a pesar de intentarlo, no pudo ya volver a meterse en la pelea.
De la Vuelta del 2012, poco creo que haya que decir que no se haya dicho. En mi humilde opinión, la mejor Vuelta de la historia. Lo tuvo todo. Una emocionante y vistosa crono inicial por las calles de Pamplona dio el banderazo a una edición memorable. Etapas llanas que sirvieron para que Degenkolb se luciera sobremanera. Llegadas en alto como las de Arrate, Jaca o Ézaro bastaron para ver que Purito y Valverde son los más fuertes en este tipo de ascensiones. Entre medias una contrarreloj de 40 kilómetros por la ondulada Galicia, descubrimientos como Ancares o la Gallina y sobre todo Fuente dé. Fuente de historia, de épica y de Alberto Contador. Aquel día, un corredor decidió aprovechar cada rampa para escribir con rabia el resurgir de quien volvía a elevarse al cielo habiendo dormido en los infiernos. Un recorrido perfecto y perfeccionado por los corredores.
2013 fue posiblemente un año de transición. Contador descartaba acudir a la Vuelta y la sorpresa saltaba ahora de la mano de un simpático californiano que superaba la cuarentena. Chris Horner, con su acompasado pedaleo atrancado y potente marcaba el compás de la carrera en cada ascensión. Hazallanas apareció por primera vez en la Vuelta mientras que otros como el Naranco o Formigal volvían a vestirse de gala para recibir a una carrera que parecía haberles olvidado ante tanto rampón. Nibali ponía la emoción en el Angliru en una de las etapas más recordadas de la historia reciente de la Vuelta. Un tiburón al ataque en plena Cueña les Cabres. Lo nunca visto estaba ocurriendo y estaba ocurriendo en la Vuelta. Nibali lo intentó hasta la extenuación. Cuando incluso no tenía necesidad pues apenas uno o dos segundos le bastaban. El de Messina lo quiso hacer a lo grande. Fue grande, hizo grande a la Vuelta, pero Horner lo fue aún más.
2014 fue la segunda parte de la maravillosa Vuelta de 2012. Muros como la Camperona o Cumbres Verdes, daban paso a ascensiones más largas y constantes como el recién descubierto Aralar o la explosiva vertiente de Ancares por Pan do Zarco. Una edición equilibrada. Por el camino, etapas llanas en las que Degenkolb volvió a reinar y finales de media montaña en los que hombres como Hansen, Dani Navarro o De Marchi pudieron saborear las mieles del triunfo. Como protagonistas, nuevamente, las piernas de Purito, Valverde, Froome y Contador. Los cuatro contendientes de la ya mítica Vuelta de 2012 volvían a darse cita en la Vuelta. El resultado final fue similar. Contador triunfante con ataques poderosos y consistentes, segundo un Froome que lo intentó de todas las maneras posibles y tercero un Valverde que hasta el último día tuvo que competir con Purito para subirse a ese cajón final, que por primera vez en mucho tiempo no estaba en Cibeles, sino en el Obradoiro de Santiago.
Todo esto no es más que la historia de una carrera que este año parece haber tropezado en su propio éxito. El hecho de hacerla cada vez más dura, con más finales en alto, con más rampas imposibles, parece haber frenado una progresión hasta este año incesante. Ya la salida en Puerto Banús fue un error. Error querer hacer el más difícil todavía. Error querer hacer lo que nadie ha hecho. Porque a veces está bien. Pero a veces es pasarse de listo. Un recorrido por albero obligaba a la Vuelta a anular los tiempos marcados en meta. El resultado era evidente: equipos mediocres peleando por un liderato menospreciado mientras los capos se fumaban un primer día que solo sería el primer tropezón de esta Vuelta 2015. Después vendría la expulsión de Nibali, justa pero complicada. Posiblemente el corredor más valiente del pelotón, junto con Alberto Contador se marchaba para casa y dejaba a la carrera huérfana de ataques lejanos.
Si miramos el recorrido, solo la etapa de Málaga (con un puerto de primera categoría) podría considerarse llana. Vejer fue un rampón y Alcalá de Guadaira otro. En Sierra de Cazorla apenas hubo ataques más que el de Chaves y poco más o menos en la Alpujarra. En Murcia, la siempre peligrosa Cresta del Gallo no fue suficiente riesgo para los corredores, sino que fue una moto de carrera la que sembró el pánico y el descontento en un Peter Sagan que acabó por los suelos. Después vino Cumbre del Sol, un final rompedor y que volvió a convertirse en un sprint de un kilómetro, y al día siguiente Castellón, una llegada complicada tras el ascenso al Desierto de las Palmas y que volvió a eliminar cualquier opción a los más puros velocistas.
Después venía Andorra. Debía ser el día más duro de la carrera y lo fue. Lo fue para todos los que amamos este deporte y tuvimos que ver como durante horas y horas de carrera el momento de mayor emoción fue la caída de un Froome que aquel día fue más señor que ciclista. Aún así, el trazado ideado por Purito daba que pensar y daba para arriesgar. Lo hizo tímidamente el catalán con su rival y amigo Alejandro Valverde, pero aquel día las piernas fueron de Aru. El italiano voló a 7 de meta y a 4 ya lo hacía solo. El único ataque “lejano de esta Vuelta”.
La etapa fue emocionante, pero corta. Faltó ritmo y faltó ganas de hacer daño. Quizás porque había demasiada dureza o porque quizás, una vez más, lo duro estaba al final. Parece obvio que este ciclismo no es el de antes. Esos ataques lejanos con todo por delante ya no existen. Nadie se la juega si no sabe qué va a tener fuerzas para concluir su hazaña, y eso, con puertos como La Gallina o Cortals d´Encamp sería tener dominio de tu cuerpo. Por eso todos esperaron, por eso y porque este es el ciclismo de hoy en día. El de los ataques bajo la pancarta del último kilómetro.
El mismo ciclismo que vimos en Alba y Sotres. Dos finales explosivos y exigentes. En ambos, lo más duro, tanto de la etapa como de la ascensión, se encontraba en el último kilómetro, motivo suficiente para que no fuera hasta que restaran menos de 1000 metros cuando se lanzaran los primeros ataques. Ataques por otro lado necesarios. Necesarios para hundir a un hombre que mañana no tendrá piedad en hundir a quienes no quisieron hundirle a él en la montaña. Dumoulin ha aguantado más de lo que hubiéramos pensado, pero si lo ha hecho en parte ha sido por cómo se ha planteado la carrera. Por la cobardía de algunos o por el recorrido, sin duda, inadecuado.
Con una contrarreloj por delante, los escaladores de hoy en día ya no piensan en ganar tiempo a los contrarrelojistas antes de semejante tortura, sino en llegar lo más frescos posibles para perder el menor tiempo posible. Es duro entender el ciclismo así, y más para aquellos, que como yo, no pueden olvidar ataques como los de Contador o Nibali. Es duro comprender que a menos que los puertos más duros no sean final de etapa, será bajo la pancarta del último kilómetro cuando veamos los ataques de los favoritos. Es duro explicar a quienes no comprenden el ciclismo cómo podemos aguantar horas y horas frente a la televisión cuando todo se decide en los últimos 3 minutos. Es duro y siempre lo ha sido. Pero con esta Vuelta, es imposible.