Hace ya más de 20 años, un tal Michael Ende dejó para historia una de las obras más rememoradas de la literatura mundial. ¿Sus protagonistas? Un niño, un cazador, una emperatriz, un lobo y un dragón. Su nombre es “La Historia Interminable”. Varios años antes, concretamente desde 1907, una carrera ciclista venía disputándose en las costas de Sanremo. Ya entonces, los valientes que aceptaban semejante desafío debían cruzar sobre sus monturas de acero los más de 300 kilómetros que separaban la localidad de Milán de las costas del Mediterráneo frente a la Vía Roma. Había comenzado la historia de La historia interminable.
Desde aquel año, a mediados de marzo se celebra siempre esta maratoniana prueba. Con sus 300 kilómetros (293 km de competición y casi 10 km de neutralizada), la Milán-Sanremo cuenta con el prestigioso honor de ser la prueba más larga del calendario internacional. Siete horas es lo que los mejores suelen tardar en recorrerla y mucho más lo que transcurre hasta que su nervioso trazado abandona las doloridas piernas de quienes la disputan. La carrera suele seguir cada año una misma tónica. Una temprana fuga permite al pelotón tomarse con tranquilidad las primeras de carrera. La dinámica cambia cuando los corredores descienden el Passo di Turchino y comienzan a bordear las costas del Mediterráneo. La persecución se inicia y la fuga tiende a perder ventaja. Desde ese instante el nerviosismo irá siempre in crescendo hasta alcanzar su culmen con las ascensiones finales a La Cipressa y al Poggio di Sanremo. En ellas, aquellos valientes que aún tengan fuerzas deberán desplegar toda su calidad para evitar el sprint masivo. Entran a jugar entonces elementos como la suerte o el riesgo. Y es ahí, cuando la carrera se vuelve mágica e impredecible.
En la pasada edición, los ataques vinieron de la mano de Vincenzo Nibali o Fabian Cancellara. Ambos no dudan año tras año en probar fortuna en las ascensiones finales. Pero en 2014 la victoria estaba reservada para hasta entonces uno de esos corredores conocidos pero no aún aclamados: Alexander Kristoff. Victorias en el Tour de Suiza y buenos puestos en el Tour de Francia eran el bagaje del espigado corredor que hace un año enfiló en primera posición la meta, situada en esta ocasión en la Via Lungomare Italo Calvino. Con su barba poblada, su lugarteniente Luca Paolini, guio a nuestro protagonista, con su casco ladeado, a una foto para la historia.
Sin duda, mañana nos espera otro emocionante capítulo en la historia de esta prueba. Los candidatos volverán a ser prácticamente los mismos. Por un lado sprinters como los ya vencedores Mark Cavendish y Gerard Ciolek o el siempre candidato Andre Greipel. Como cada año no faltarán buenos llegadores como Degenkolb, Sagan, Juanjo Lobato, Boasson Hagen o el propio Kristoff. Pero si alguno de ellos quiere cruzar triunfante la Via Roma, conviene que no olvide alguno de los nombres que seguro que intentará aguarles la fiesta. Nombres como Fabian Cancellara, vencedor en 2008 y pódium en las últimas cuatro ediciones; Vincenzo Nibali, tercero en 2012 y siempre animador de los últimos kilómetros; el actual campeón del mundo Michal Kwiatkowski, quien llega tras haber dejado un gran sabor de boca en París-Niza; y también porque no, el murciano Alejandro Valverde, quien junto con Juanjo Lobato formará una perfecta dupla para el Movistar Team.
Para mañana se prevé lluvia. Tormenta de ciclismo. Nubes de leyenda. Asfalto mojado. Día de perros. Un día donde solo el más listo podrá poner punto y final a La Historia Interminable.